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Viernes 2 de noviembre de 2007

Alebrijes

Linares López nació en 1906. Durante las primeras dos décadas de su vida, su fama de cartonero creció


“Usted ya está muerto”, dijo el fotógrafo a un joven que, postrado en la calle, sin fuerza y con casi nula visión, lucía como un mendigo sin embargo, estaba justo en la puerta de su domicilio.

El fotógrafo al verlo tan descompuesto, se ofreció a ayudarle y prometió volver al siguiente día y así lo hizo. En la penumbra de la casa, el fotógrafo caminaba buscando al enfermo. Al encontrarlo, se sorprendió de encontrarlo en la total oscuridad, asustado.

“Primero le voy a embadurnar todo el cuerpo con esta pomada hecha con hierbas de Oaxaca, para que entre en calor”, dijo el fotógrafo. Una vez hecho esto, le dio instrucciones, “después le voy a dejar un kilo de este polvo, que usted tomará durante un mes y sólo 3 cucharadas por día, porque es peligroso”.

El enfermo, hablando muy débilmente le dijo que no tenía como pagarle, “después vendré por la paga, no se preocupe”, le dijo el fotógrafo. Pasó así el mes y aquel sujeto débil y asustado se había reconstituido.

Aquel sujeto era Pedro Linares quien esperó desde entonces a que el fotógrafo regresara por su paga.

Linares, hijo de un zapatero del estado de México que en sus ratos de ocio fabricaba caballitos, máscaras y piñatas de cartón, aprendió el oficio de cartonero en la infancia. Conforme pasó el tiempo, Pedro se convirtió en uno de los mejores cartoneros del barrio de La Merced de la Ciudad de México y su fama creció gracias a que sus figuras de Judas que elaboraba eran de las mejores, por lo que se especializó en ese tipo de figuras utilizadas para diversas celebraciones religiosas.

Linares López nació en 1906. Durante las primeras dos décadas de su vida, su fama de cartonero creció y, tal vez el crecer rodeado de figuras de Judas y diablos a medio hacer fue lo que lo preparó para las fabulosas experiencias que afirma haber vivido en 1936, cuando ya estaba a punto de casarse y fundar su propia familia.

La cartonería es una tradición representativa del arte popular en México debido a sus bajos costos de elaboración siempre ha estado al alcance de todos, sin embargo por lo mismo que la materia prima es tan básica; las habilidades para desarrollar arte en la cartonería, son muy personales y definitivamente se tiene que nacer con el don, mismo que Linares López tenía y lo llevaron a inventar a la mística y polifacética criatura que conocemos como “alebrijes”.

Los alebrijes fueron inventados por ciertas revelaciones que Pedro Linares tuvo cuando estaba muy enfermo a la edad de 30 años. Su familia era muy pobre, así que no hubo médico alguno que le auxiliara y la única ayuda que sus hermanas esperaban recibir era la divina, misma que imploraban en sus rezos.

Mientras tanto Pedro Linares estaba en cama inconsciente, soñaba un extraño lugar, parecido a un bosque donde había árboles, animales, nubes, cielo, rocas, enormes sombras, entre otras cosas. Era un lugar en el que todo estaba en calma, donde Pedro Linares no sentía dolor y estaba feliz de estar caminando en ese lugar.

En un abrir y cerrar de ojos, las rocas, nubes y animales se convirtieron en cosas extrañas. Se fusionaban unas con otras dando forma en una especie de animales, pero desconocidos y multicolores. Linares vio un burro con alas de mariposa, un gallo con cuernos de toro, un león con cabeza de águila y muchas más mezclas que llamaban su atención porque todas, al unísono, lanzaban un extraño grito que se tornaba escalofriante, “¡alebrijes, alebrijes, alebrijes”.

Cada animal elevaba el volumen de sus gritos. El sonido era terrible, muy ruidoso, tan ruidoso que Linares no fue capaz de permanecer por más tiempo en aquel lugar y fue atacado por un terrible dolor de cabeza y logró escabullirse por entre los tentáculos de los alebrijes gracias a las dos muchachas vestidas de blanco que recorrían el paraje tomadas de la mano, como impulsadas por la brisa.

“Mira, algunos no se han muerto”, dijo una de ellas y entre ambas levantaron al postrado Linares y le indicaron el camino a seguir. Sin mirar atrás, Linares descendió a tropezones una pronunciada pendiente, a unos cuantos metros estaba la salida.

Pedro corrió hasta estar frente a una ventana estrecha. Entró a su casa, se tendió en la cama y cayó en un sueño tan profundo como catalepsia.

Pedro no supo cuánto tiempo permaneció así. Un buen día se levantó, casi ciego, muy débil que no podía hacer otra cosa que pasarse las horas sentado al sol, a la puerta de su casa. Parecía un mendigo sucio y avejentado. Su cuerpo olía a ceniza.

Su recuperación fue gracias a la ayuda del fotógrafo, según la versión de Pedro Linares. Sus hermanas y familiares se sorprendieron por su pronta recuperación y la desaparición de su úlcera gástrica, cosas que atribuyen a ese viaje que Pedro tuvo en su inconsciencia y que lo devolvió a la realidad.

Derivado de ese viaje y de observar esas criaturas es que Linares comienza a reproducir los alebrijes en cartón en una variedad de tamaños, colores y especies. Cada alebrije le tomaba a Linares 2 semanas de trabajo y consumen una buena cantidad de papel, cartón y engrudo. De un periódico arrugado y hecho bolas, se forma la cabeza, después el cuello, que pude ser corto o tan largo y delgado que para sostenerse requiere de un alambre.

Posteriormente se plasma el cuerpo, de múltiples formas, como las que adquiría en segundos cada uno de los monstruos de su sueño. Una vez formado el cuerpo del alebrije, Linares recorta cartón grueso para hacer las aletas, orejas, cuernos, uñas y dientes. Por último, utilizando pinturas de agua, Linares decora con delirantes colores el cuerpo, pintándole escamas, ojos, todos los detalles que hacen de sus alebrijes codiciadas obras de arte. El paso final es dar una capa de barniz para que el monstruito conserve sus colores.

Los alebrijes no solo iluminan nuestros sueños, sino que dan color a una tradición tan milenaria como el día de muertos todo gracias a Pedro Linares.