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Martes 8 de enero de 2008

Carmen Aristegui

Carmen Aristegui se pronunció a favor de la reforma electoral y hoy se lo cobraron


Miguel Ángel Granados Chapa ha llamado a Carmen Aristegui la periodista más completa de los medios electrónicos; y es apropiado el calificativo porque ahí caben los trazos esenciales de su estilo periodístico bien informado, condicionado por la ética y un espíritu libertario indomable para el embute, la consigna, la amenaza o la tutela.

No es casual que esta periodista haya ceñido desde hace muchos años sus contratos con medios a un código de ética en el que incluye derechos de sus audiencias, como el de réplica; ni tampoco lo es que en el rigor de elaborar la noticia destaque una radical independencia. Son fruto e instrumentos a la vez de una batalla que ella ha mantenido con valor y riesgos ascendentes, y frente a la que otros muchos han renunciado en algún tramo por cansancio, miedo, conveniencia económica o ambición. La mayoría termina sometiéndose, se acomoda, se disciplina.

Lo vimos con un hecho penoso el año pasado: la manera en que los patrones de la radio y la televisión llevaron como carne de cañón a “sus” conductores de noticias hasta el salón de las Comisiones Unidas del Senado que dictaminaban la reforma electoral para tratar de intimidar a los legisladores que, finalmente, no cedieron y desmontaron uno de los mayores negocios privados con recursos públicos: la contratación comercial de la publicidad electoral en medios electrónicos.

Hubo en aquella ocasión presencias de comunicadores que dolieron en el alma, y aunque varios de ellos tenían rostros adustos, ahí estuvieron, sometidos al ridículo que unas horas antes había urdido en su oficina, con las principales cabezas de la CIRT, el vicepresidente ejecutivo de Televisa, Bernardo Gómez, quien mostró interés en saber qué iba a hacer ante esa convocatoria Carmen Aristegui.

No era difícil predecirlo, no se presentó. Y aunque ahí estaban varios de sus colegas de W Radio y el mismísimo representante de Prisa en México, Javier Mérida, Aristegui no sólo no se prestó a que utilizaran su credibilidad, sino que una semana después escribió con todas sus letras en Reforma: “Trabajo en los medios. Soy periodista de la radio y la televisión. He seguido de cerca, como muchos otros, los acontecimientos más relevantes de este país en materia legislativa, política y social de los últimos años.

“Creo que frente a los insólitos acontecimientos que hemos presenciando millones de mexicanos en los últimos días, la abstención y el disimulo no tienen cabida. Me pronuncio, desde aquí, abiertamente a favor de la reforma electoral aprobada la noche del miércoles por el Senado de la República. Me pronuncio en contra del despliegue de fuerza e intimidación que se ha desatado en el más amplio espectro de los medios en el país en contra de los poderes establecidos, particularmente los del Congreso, por razones que distan mucho de las esgrimidas en esta pretendida cruzada libertaria. Me preocupa el tufillo golpista que percibo en algunos de mis colegas. No comparto en modo alguno la idea de que esta reforma constitucional ponga en riesgo ni mi libertad, ni la de ningún ciudadano de este país, para expresar opiniones de ningún tipo”.

Y esto es parte de lo que le cobran a Carmen Aristegui cuando deciden cancelarle su programa en W Radio y no renovarle contrato; esa conducta de independencia que la traducen en “individualismo”. No se ciñe al nuevo modelo de Prisa en México, que incluye visitas al Senado para defender los intereses de los dueños, y todavía tiene el atrevimiento de abrir los micrófonos de W Radio a los legisladores para que aclaren los verdaderos contenidos de la reforma y desmientan la sarta de falsificaciones y engaños con que Televisa y TV Azteca confundían a sus auditorios. Además, hizo la cobertura informativa más completa de todos los medios electrónicos sobre el debate y resolución con que la Corte echó abajo la ley Televisa. Con cuánta razón dicen que es renuente al “trabajo en equipo”.

Esa es la incompatibilidad del modelo que aluden pero que son incapaces de precisar, definir. Por eso, según nos contó Aristegui en su despedida, ya no le pudieron concretar en propuestas específicas para su contrato el documento de “observaciones y preocupaciones” sobre su conducta editorial. Y no lo pudieron hacer porque es muy difícil que alguien se atreva a estas alturas a escribir en cláusulas contractuales razones de una censura.

Tan complejo le ha resultado al grupo Prisa explicar la incompatibilidad y hacer públicas sus motivaciones, que en un grotesco menoscabo de ética ha tenido que recurrir a la práctica del cabildeo individual y personal con varios directores de medios, sembrando la confusión y la intriga a partir de ofrecerles “detalles” del desempeño negativo e incumplido de la periodista a la que elogió en su propio boletín apenas el viernes, y no hace todavía un año le entregó el mayor galardón que el grupo español otorga al desempeño profesional en el periodismo iberoamericano, el premio Ondas.

Qué lejos se ve en todo esto el grupo Prisa que alguna vez nos hizo pensar en abrir en México algún porcentaje a la inversión extranjera en medios. Pionero en los compromisos éticos con sus lectores y audiencias en España, podría ser referente defensa de valores frente a las presiones internas. De su Libro de Estilo —elaborado por primera vez en 1977— sacarían la fuerza de la convicción para imponerse a las mezquindades de lo efímero. Lucharían por no “convertir los medios de comunicación en armas del tráfico de influencias”, como expresó Joaquín Estefanía, el director de El País que ensanchó ese código ético. Pero se rajaron todititos, como el peor de los nuestros.

Profesor de la FCPyS de la UNAM