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Miércoles 13 de febrero de 2008

El México que yo inventé I

“¿De cuál México hablan? Si el único México que existe es el que yo inventé…”


“¿De cuál México hablan? Si el único México que existe es el que yo inventé…”

(Primera Parte)

Aquel hijo de inmigrante español y de una india kikapú que marcó un parteaguas en la vida del cine nacional, Emilio “El Indio” Fernández, fue quien realizó legendarias películas como “La Perla”, “Flor Silvestre”, “Enamorada”, “Maclovia”, “Salón México”, “La Malquerida”, entre otras, llegó a ser un hombre tan famoso y poderoso en el país, que al ser cuestionado sobre la situación que se vivía en ese entonces, contestaba lleno de una soberbia que la fama le había inyectado: “¿De cuál México hablan? Si el único México que existe es el que yo inventé…”

Pues este singular personaje de nuestro cine, entabló una relación profesional muy exitosa que duraría muchos años y trascendería las barreras de lo laboral, lo hizo con aquel personaje quien, según Diego Rivera, inventó los “murales ambulantes”. Dicho personaje es Gabriel Figueroa Mateos.

Y el nombre pone a trabajar la mente de todos los que amamos la fotografía y el cine.

Gabriel Figueroa Mateos nació un 24 de abril de 1907 en la Ciudad de México y queda huérfano al poco tiempo y, junto con su hermano, quedan al cuidado de unas tías. Sometido a la orfandad y los vaivenes de la fortuna, tuvo que abandonar sus estudios en el Conservatorio y la Academia de San Carlos para ganarse la vida como fotógrafo de estudio donde realizó sus experimentos iniciales con una cámarita Premo 00 de Kodak y en ese momento su vida cambió por completo, la fotografía los brazos de la fotografía lo acogieron y, como madre protectora y cariñosa, jamás lo soltaron.

En 1927, a los 20 años, tomó un trabajo en un estudio de la calle de Guerrero, cerca del mercado Martínez de la Torre. En ese entonces los estudios fotográficos se ubicaban un poco diferente, según describe Figueroa en sus memorias “Antes de que llegara a México la iluminación artificial, los estudios de fotografía se ubicaban en azoteas, para aprovechar la luz cenital. Este estudio de la calle Guerrero era así, con luz natural, con fondos pintados y una columna de madera en la que la gente se recargaba para que la fotografiaran”

A finales de la segunda década del siglo XX llegó de Chicago a la Gran Tenoch, José Guadalupe Velasco. Quien instaló el estudio Brooklyn, estudio que fue el primero en ofrecer iluminación artificial. Ese lugar dio a Figueroa uno de los momentos fundamentales de su vida, al ser contratado por el maestro que iba a revelarle los misterios del oficio fotográfico. El estudio de Velasco creó un estilo que consistía en, a partir del retoque, “mejorar” el aspecto de sus retratados. Figueroa cuenta en sus memorias, “a las señoras les hacía una boca de corazón y les pintaba pestañas, ganaba el dinero que le daba la gana y tenía a todas las artistas del teatro; toda la vida lujuriosa de México iba ahí a retratarse”.

Figueroa en sociedad con Gilberto Martínez Solares compró un estudio en la avenida Hidalgo, y comenzó a hacer fotografía promocional de actores, actrices y bailarinas del teatro de revista. Su lente retrató a cientos de gloriosas y no tan gloriosas celebridades y fue en esta etapa cuando Revolución lo llevó a los estudios cinematográficos de la mano del director Miguel Contreras Torres, de quien fue fotógrafo de fijas o stillman.

Un año después era uno de tantos camarógrafos contratados para la filmación “¡Viva Villa!” del director Howard Hawks. Su primer maestro sería Alex Phillips, quien era uno de los tantos cinefotógrafos estadounidenses que trabajaban en el país. Tras algunos trabajos como iluminador Figueroa obtiene una beca por parte de la empresa Cinematográfica Latino Americana, S. A., para estudiar en Hollywood al lado de Gregg Toland, director de fotografía del “Ciudadano Kane.”

Después de su época hollywoodense, Figueroa regresa a México para dirigir la fotografía de “Allá en el Rancho Grande”, dirigida por Fernando Fuentes, el exitoso filme, logra lanzar a Figueroa a la fama internacional al conseguir su primer premio como cinefotógrafo y lo logra nada más y nada menos que en la Mostra de Cine de Venecia, el premio se convertía en el el primer premio importante para el cine mexicano.

Ese mismo año (1936), colabora con su maestro Alex Phillips en “Cielito Lindo” y comienza a prepararse para recibir a la década de los 40, década que marca al país por acontecimientos de suma importancia: es electo presidente Manuel Ávila Camacho, es asesinado León Trotski y se presenta la exposición Internacional del Surrealismo en la galería de Arte Mexicano en Ciudad de México, organizada por André Breton, Paalen y César Moro. Destaca la conferencia de Breton sobre el surrealismo en el Palacio de Bellas Artes donde se presenta la cinta “Un perro andaluz” de Luis Buñuel. Este último acontecimiento marcaría a Figueroa profundamente y para 1946 llega a México el cineasta aragonés, Luis Buñuel con quien trabajaría en casi una decena de filmes de la etapa mexicana del español.

Figueroa siempre tuvo interés por la pintura y éste se acentúa cuando por azares del destino reside en la misma calle de Mixcalco donde vivían Diego Rivera, el escultor Germán Cueto y su hermana Lola Cueto, quien le encargó las fotografías de sus trabajos y lo contactó con un grupo de pintores. Figueroa se interesaba por practicar la pintura y por temporadas dejaba de hacerlo y a inicio de los años 40 retoma la práctica gracias a Dolores del Río. A su vez, durante ese tiempo se involucra de lleno en la organización de la empresa cinematográfica Films Mundiales con otras personalidades de la industria, donde conoce a fondo el modus operandi de líderes obreros, lo que prende la llama de una causa que adoptará: crear un sindicato de la industria cinematográfica fuera de la poderosa CTM.

Dejando de lado el reto al sistema, Figueroa en 1943, es contratado para trabajar en una película con un título interesante y revelador: Flor Silvestre que era dirigida por Emilio “El Indio” Fernández. A partir de esta cinta, comenzaba una relación laboral que duraría veinte películas, dejaría una sólida amistad y un fabuloso tesoro fílmico para nuestro querido ombligo de la luna.

Continuará…

ULTIMALETRA

México ha perdido a uno de sus grandes: Emilio Carballido. Dramaturgo, novelista, cuentista, guionista, incansable narrador de historias, quién cerró sus ojos para siempre el pasado 11 de febrero dejando un enorme legado como escritor. Carballido fue maestro de nuestro paisano y también dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda.

Entre sus obras destacan: Un pequeño día de ira (1961), ¡Silencio Pollos pelones, ya les van a echar su maíz! (1963), Te juro Juana que tengo ganas (1965), Yo también hablo de la rosa (1965), Acapulco los lunes (1969), Las cartas de Mozart (1974), Rosa de dos aromas (1986) y otras.

Sus letras fueron inmortalizadas en la pantalla grande también: Rosalba y los llaveros en 1954, Felicidad en 1956, Las visitaciones del diablo en 1967, La danza que sueña la tortuga en 1975, El Censo en 1977, Orinoco en 1984, Rosa de dos aromas en 1989.

El oriundo de Córdoba, Veracruz fue homenajeado en la capital veracruzana por su gente, así como por millones de mexicanos que lamentamos la perdida.

Descanse en paz, Emilio Carballido, orgullo veracruzano.

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