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Viernes 5 de octubre de 2012

El dolor no distingue, la política sí

El artero asesinato del hijo del exdirigente nacional del PRI deja en claro de nadie está a salvo en este país.


El artero asesinato del hijo del exdirigente nacional del PRI deja en claro de nadie está a salvo en este país.

El artero asesinato del hijo del exdirigente nacional del PRI deja en claro de nadie está a salvo en este país; además, que no cualquier homicidio recibe la misma atención investigadora.

Sobran los calificativos para describir a los criminales responsables de este lamentable hecho, el que independientemente de sus motivaciones, de ninguna manera justifica la cobardía para arrebatarle la vida a un inocente. Se presume la inocencia de cualquier persona hasta que no se demuestra lo contrario.

La persona que fue asesinada era hijo de Humberto Moreira Valdéz, exgobernador de Coahuila y exdirigente nacional del PRI. Esa relación consanguínea propició al hecho ser expuesto exponencialmente ante la opinión pública. Al margen del parentesco y la trayectoria política del padre, el dolor provocado a sus seres queridos y amigos por su muerte, no se demerita.

Se especula mediáticamente que el homicidio de Eduardo Moreira Rodríguez, de apenas 25 años de edad, fue en represalia por la muerte del sobrino de un presunto narcotraficante. Se dice que el joven, supuestamente de apellido Treviño, habría sido abatido junto a otros 4 personas en un enfretamiento con policías estatales, el pasado fin de semana en Piedras Negras, Coahuila.

Extraoficialmente se comenta que una “narcomanta” apareció el jueves por la mañana, en la que presumen, se advertía del hecho ocurrido en Ciudad Acuña donde fue asesinado Eduardo Moreira. Hasta el momento solo se conoce el encabezado de dicha manta: “Familia por Familia”. Al día de su deceso, la víctima era encargado regional de Sedesol dentro gobierno estatal que encabeza su tío Rubén Moreira Valdéz.

Como era de esperarse, por tratarse de quien fue, los medios informativos dieron cuenta de los acontecimientos. La noticia dio la vuelta a todo el país, a la par que la clase política nacional condenaba los hechos. Por su parte, el presidente Calderón ordenaba a las fuerzas armadas y a la PGR coordinarse con el gobierno coahuilense para apoyar las investigaciones que lleven a la captura de los responsables.

Por la tarde, durante las exequias del joven Eduardo, las cadenas de televisión y medios en general mostraron impactantes imágenes de la evidente pena que embarga al político priísta y a a su familia. En breves declaraciones a la prensa, Moreira Valdéz exigió justicia para su hijo, y deslizó que la muerte de éste es consecuencia de la violencia que vive el país, es decir, generada por la guerra emprendida por el gobierno calderonista en contra de la delincuencia y el crimen organizado.

El rictus de dolor de Humberto Moreira, debo decirlo con franqueza, me caló, porque estoy seguro, que no existe más dolor más profundo que el de perder a un hijo, todavía más intenso si es en las circunstancias conocidas.

Esa misma expresión de coraje e impotencia me traen reminiscencias de los rostros de Nelson Vargas, de Javier Sicilia, de Isabel Miranda, de Alejandro Martí y María Elena Morera, quienes en carne propia sufrieron la irracionalidad de los criminales que les arrebataron, y mutilaron, a sus seres queridos.

La muerte de Eduardo Moreira duele y pesa, y eso me trajo el recuerdo de una de tantas y tantas mujeres que han salido a las calles a denunciar la desaparición de sus hijas. Me acordé de Marisela Escobedo, esa ejemplar madre de familia chihuahuense que en la búsqueda de justicia para su hija, encontró la muerte, igual de cobarde, igual de ventajosa como la sufrida por Eduardo.

La diferencia entre las muertes de Moreira y los familiares de los empresarios, luchadores sociales y el poeta, con respecto a la de Marisela y de miles de ciudadanos comunes que han sido víctimas colaterales o directas de la violencia generada por el combate a la delincuencia, es el peso del apellido y que pertenecen a familias muy conocidas en los círculos económicos, sociales y políticos, mientras que los demás son ciudadanos comunes.

Indiscutiblemente el dolor no respeta pedigree, estatus o credo, por lo mismo debemos mostrar respeto sin distingo. Precisamente por ese respeto hacia el duelo y en congruencia con los compromisos adquiridos por la secretaría de gobernación para dar con los responsables de la muerte del joven funcionario, es imperativo e impostergable que se aplique la justicia, en la misma media y proporción, a los que no tienen el poder de llamar la atención. Con la misma convicción y determinación a la que llaman los que sí las pueden.

P.D. QDEP