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Domingo 21 de febrero de 2010

“Formas de fanatismo”

Mucho ha costado lograr el reconocimiento universal del derecho de que cada uno pueda tener su propia opinión


Mucho ha costado lograr el reconocimiento universal del derecho de que cada uno pueda tener su propia opinión

La verdad es como un prisma de múltiples facetas, el conocimiento es como un rayo de luz que lo atraviesa y la percepción personal del conocimiento y de la verdad, no son otra cosa que la circunstancia de nuestra colocación en un momento determinado frente a una de las caras de ese prisma, por eso cada uno tenemos una versión siempre parcial de la verdad, eso es lo que generalmente conocemos como “opinión”.

Mucho ha costado a la humanidad lograr el reconocimiento universal del derecho de que cada uno pueda tener su propia opinión. Más la defensa del derecho a la libre opinión no es una causa terminada, es una lucha inacabable hacia fuera y hacia adentro del individuo, hacia afuera para lograr que el resto de la sociedad acepte el grado de verdad que le proponemos y hacia adentro, realizando un auténtico ejercicio de humildad para vencer nuestra natural soberbia de creernos dueños de una verdad total.

Cuando un individuo no reconoce que su grado de conocimiento, (por muy amplio que este sea), es sólo una de las facetas de la verdad, cuando rechaza las contribuciones que sus congéneres pueden aportar para complementar su acervo, se dice que este es un individuo “egocéntrico”, es decir encerrado en sí mismo.

Pero este fenómeno no es exclusivo de presentarse sólo a nivel individual, muy frecuentemente le sucede a toda una comunidad y si es difícil lograr que un individuo cerrado reaccione y muestre apertura, cuando es toda una etnia la que se niega a aceptar los puntos de vista de otros individuos u otras comunidades, entonces estamos frente a el mismo suceso pero magnificado, no sólo por el número de individuos involucrados sino que repercute en el grado de dificultad que implica lograr penetrar la cerrazón del grupo ya que se crea un formidable fenómeno de auto - convencimiento grupal, por un efecto de resonancia y reforzamiento negativo. A esto se le ha dado en llamar “Etnocentrismo”.

Esto es el caldo de cultivo de uno de los grandes obstáculos a los que se enfrenta el conocimiento filosófico: EL FANATISMO. Que no sólo en el terreno de la religiosidad se da este grave inconveniente, puede presentarse y perjudicar en todos los aspectos en los que tenga que utilizarse la herramienta del intelecto para resolver las problemas ya sea que atañan a un sólo individuo o de toda una sociedad.
El fanatismo tiene su propia dinámica perniciosa e invariablemente tiene una consecuencia negativa, lleva hacia la confrontación, en cualquiera de sus manifestaciones, encierra a las personas en un estrecho campo de acción que se vuelve cada vez más reducido, las limita y termina por asfixiarlas y cuando las personas o las sociedades se sienten acorraladas, reaccionan embistiendo contra todo y contra todos, en un afán de romper lo que creen que los daña, sólo que a esas alturas esta acción ya no es un acto racional, se degrada a ser un arranque meramente animal, un impulso instintivo de sobrevivencia que paradójicamente termina por aniquilar a quien lo realiza.

Por eso es destructiva y peligrosa esa polarización social a la que incitan aquellos a los que observamos altamente fanatizados, esos manipuladores del sentimiento resentido e ignorante de las masas, llaman “democracia” a la agitación social, y son los que buscan revolver las aguas del río para luego convertirse en pescadores de los despojos de una sociedad destrozada, esos infames, cuyo único discurso es el de la revancha de los que se dicen oprimidos por otros, pero en ningún momento aceptan su parte de responsabilidad respecto a lo inconveniente de su propia situación. Son como unos eternos adolescentes que además de no saber como vivir exitosamente, ocupan su ocio en criticar y envidiar lo que otros consiguen, se han dedicado a escuchar sólo la voz de sus rencores y se han aislado en un discurso que sólo acepta la posibilidad de destruir lo que existe, por eso insisten en mandar al diablo las instituciones.

Dicho de otra forma, esos son aquellos que sistemáticamente inducen a la gente a buscar a quien echarle la culpa de su propio fracaso como personas, en vez de ayudarlos a hacer un autoanálisis para poner en acción la mejor parte de ellos mismos y así lograr la superación personal, ya que es más fácil oír la melosa voz de la pereza de aquellos que se han auto convencido de que nacieron con todos los derechos sin tener que trabajar arduamente para poder convertir en hechos las posibilidades, que pretenden disfrutar logros sin haberlos merecido antes como premio a su esfuerzo personal, gran daño hacen a la sociedad esos que se aferran a su inmadurez culpable para seguir utilizándola como dispensa del cumplimiento de la obligación de realización que tienen para con ellos mismos.

Por otro lado, instalados en el otro extremo del escenario social, están los que también se han fanatizado en su postura de patrimonialismo, que si bien en alguna época hubieron de luchar para construir el México de hoy, por ello consideran que ya aportaron suficiente y carentes de generosidad para con las generaciones futuras, se resisten un cambio incluyente de los que por ser también mexicanos, tienen el derecho de acceder a tener un peso específico en la toma de decisiones respecto al México que debemos construir para nuestros descendientes. Estos otros extremistas que insisten en llamarse “Revolucionarios” pero que cómodamente enquistados en su aburguesamiento, han desarrollado además el pegajoso vicio del cinismo y son consuetudinarios en el uso de la ladina hipocresía, “cualidades” que les permiten mantener montada sin ningún escrúpulo, otra burda mascarada de apego al poder y de imposición de reyezuelos déspotas todo disfrazado y convenientemente encubierto bajo los pliegues de nuestra enseña tricolor de la que astutamente se han apoderado.

Bajo una lógica de ecuanimidad y de necesidad de encontrar un justo medio, tan extremistas resultan los unos como los otros, porque tan al extremo están los que quieren mandar al diablo las instituciones como aquellos que insisten en perpetuarlas inamovibles, refractarias a todo intento de adecuación y de modernización, que tras la discursiva hipócrita de la defensa de la soberanía de la patria, esconden la resistencia amañada de conservar los privilegios que se han autoconcedido por considerarse los únicos héroes en nuestra lucha común por la construcción de una patria generosa y una vida en la que el honor lo merezcamos en la medida en que participemos activamente en ese esfuerzo.

Se ve la necesidad de encontrar un justo medio, una postura de ecuanimidad, que ni exalte las pobrezas y las ignorancias como si fueran virtudes deseables, proponiendo la violencia resentida como si fuera equivalencia de heroísmo, que tampoco utilice el poder que otorga el conocimiento para formar logias pseudo intelectuales que ignoren la dignidad humana intrínseca aún en los más ignorantes, que no considere a estos como carne de cañón ni como ganado humano manipulable, en el que sustentar la permanencia en el poder.

Si usted, eventual lector, observa la realidad cotidiana de nuestro país, si le llega la misma percepción de desorden y desaseo en las costumbres con las que nos estamos desempeñando tanto las personas como los grupos de toda índole, si empieza a identificar las características de lo que sucede en su propio entorno con lo que nos enteramos que sucede en otros lugares de nuestra patria que no sólo son noticia nacional, sino que por lo escandaloso de los sucesos, trascienden a nivel global, dígase un Ciudad. Juárez, dígase un Estado de Michoacán, por infortunados ejemplos.

Si su nivel de preocupación es mayor que su nivel de comprensión de la situación, si la impotencia es el sentimiento recurrente que matiza su estado de ánimo y si tiene la humildad suficiente de reconocer que sus recursos personales no dan para obtener respuestas positivas, que sólo alcanza a percibir un panorama de pesimismo y de fracaso, de falta de oportunidades para salir adelante usted y los suyos. Si con todo y el derecho que tiene de tener su propia opinión, esta no le sirve para nada porque sólo llega a la amarga conclusión de que todo está perdido y que la situación es insostenible. ¿No considera que debería replantearse sus propias ideas y buscar otras propuestas y enfocar nuevas formas de entender la realidad, de escuchar otras voces que no sean las de otros desorientados que con su gritería de miedo y de ira no nos permiten escuchar las propuestas de la razón y de la paz?

Busquemos una voz diferente, una voz que nos hable si, de la defensa de los desprotegidos, pero no como si fueran absolutamente incapaces de hacer nada por si mismos, que incluya la participación de ellos en su autorescate, para conservarles intacta su dignidad personal y que no sean sólo objetos pasivos a los que haya que estar salvando continuamente de las consecuencias recurrentes de sus ignorancias.
Una voz que también defienda a las instituciones, pero que se comprometa en la depuración de los vicios normales que cualquier obra humana va acumulando, que se proponga modernizarlas, adelgazarlas para eficientarlas, que no sean sólo monumentos conmemorativos de épocas superadas y que tengan la flexibilidad necesaria para adaptarse a las necesidades de las circunstancias de un hoy mucho más complejo que las del momento en el que fueron fundadas. Que las rescate de la inoperancia para volver a ponerlas al servicio del pueblo y que se revierta esta realidad en la que en vez de brindar servicio, se ceban sobre los recursos de la población y hemos caído en el absurdo en el que las instituciones que debieran ser la servidumbre del pueblo, comen chuletas, mientras la patrona, que es la ciudadanía, debe conformarse con los frijoles y las sobras que ya no les apetecen.

Esta es la visión niveladora de la justicia social que propone la persona de alguien que ha sabido ser exitoso, pero que no ha recibido el poder como herencia de padres bien acomodados, sino por mérito propio ha sabido ir enfrentando los retos para salir adelante pero además con un profundo espíritu de solidaridad para los que proceden de su mismo origen, por eso: Se Ve… C. B. que tenemos un buen candidato.