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Viernes 24 de diciembre de 2010

Inalcanzable justicia

Marisela Escobedo ha pagado con su propia vida su demanda de justicia


Marisela Escobedo ha pagado con su propia vida su demanda de justicia

Hay personas que sin poseer el don de la elocuencia dejan, sin embargo un mensaje contundente en la conciencia de nuestra sociedad, tal es el caso de la hoy occisa Marisela Escobedo quien ha pagado con su propia vida su demanda de justicia ante el atropello legaloide de la causa de su hija Rubí victimada hace más de dos años.

Ahora también la madre, cuyo único delito ha sido el de clamar por justicia, ha sido ultimada en forma por demás bestial ante los ojos atónitos de una ciudadanía impotente y de unos representantes de la autoridad que abundan en argumentos y en excusas, más con toda su verborrea de insulsa palabrería en la que entremezclan promesas, inexactitudes y mentiras, no logran cambiar la percepción que nos ha dejado con sólo una frase esta madre desesperada convertida por necesidad en luchadora social de inobjetable calidad moral, quien como legado de conciencia, con sólo dos palabras plantea toda una tesis magistral que define nuestra realidad y esta frase es: “INALCANZABLE JUSTICIA”

La resonancia de esta afirmación es enorme, porque al no tratarse de un caso aislado sino de uno más de la ya imponderable cantidad de casos de impunidad, viene a constituirse quizá en la gota que derrame el vaso, hoy colmado de impaciencia, que es ahora el ánimo de la ciudadanía que ve en este caso como en el resto de los que conforman el supernumerario archivo de ofensas que hemos tenido que venir soportando durante ya demasiados años, ofensas que en lo particular hemos recibido en pleno rostro y en lo social han abofeteado el rostro de toda nuestra comunidad.

A estas alturas el término “impunidad” es sólo un eufemismo que los leguleyos y los medios de la comunicación puestos al servicio de los poderosos utilizan para suavizar el impacto de los otros calificativos que resultarían más puntuales para describir la escandalosa realidad que vivimos cotidianamente.

Pues este término ya no basta para describir el cúmulo de ofensas, burlas, descaradas actitudes, prepotencia, indiferencias y faltas de sensibilidad con las que los que debieran ser nuestros defensores nos maltratan continuamente convirtiéndonos con todo ello en dobles víctimas; primero de los maleantes, cuyos actos en contra nuestra paradójicamente se convierten en el pretexto torcido para colocarnos en otro nivel de indefensión al forzarnos a acudir al ámbito de influencia de los malos funcionarios dizque administradores de justicia quedando así expuestos a sus maltratos.

Sobran también todas las consideraciones, especulaciones y defensas tardías que hagamos el resto de la sociedad, por extemporáneos serán igualmente estériles que los discursos de los funcionarios, ahora ya nada devolverá ni la vida ni la justicia primaria a ninguna de las víctimas de nuestro corrupto sistema, porque justicia no es encontrar ni castigar a los culpables después de que nos hayan ofendido, justicia bien entendida, es que podamos vivir en paz y que la calidad de vida consista en poder desarrollarnos en un entorno donde prevalezca el respeto y la seguridad, donde se elimine toda discrecionalidad en la aplicación de la ley y a su vez esas leyes sean tan estrictas como su incondicional aplicación y por ello constituyan un verdadero elemento disuasor del delito en todas sus formas.

Hoy sólo tenemos una opción para responder al grito ahora mudo que desde su tumba siguen profiriendo Marisela, Rubí y todas las anónimas vidas truncadas, sus voces ya no pueden impresionar nuestros oídos, quizá es hora de que sus argumentos penetren y lastimen nuestras conciencias y que aunque a ellas ya en nada les podemos resarcir, todo sea para que ya no se generen nuevos casos en circunstancias similares.
Este caso en particular se está constituyendo en un icono del dolor moral de nuestra generación y seguramente será un detonante del movimiento social que se amerita para provocar un cambio del nefasto paradigma que hasta hoy hemos tolerado.

En este momento en particular, la única actitud aceptable que se espera de parte nuestra es la de una profunda convicción de que como sociedad les hemos fallado a esos individuos a los que no supimos proteger y defender, la única palabra que debe caber ahora en nuestros labios ya tan desgastados con estériles discursos es la palabra que nos hace reconocer nuestra parte de responsabilidad en el estado de cosas que hoy impera.

Por eso, a Rubí, a Marisela y a todos con los que nuestra justicia tiene una impagable deuda, dondequiera que ahora se encuentren y para Él que nos las dio como hermanos a los que debimos cuidar mejor, por no haberlo hecho, a todos ellos sólo podemos pedirles… ¡Perdón!