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Jueves 22 de octubre de 2009

La negación del narco en El Paso

Agentes encubiertos de la Oficina del Sheriff habla de la corrupción de policías mexicanos como algo lejano a su realidad


Agentes encubiertos de la Oficina del Sheriff habla de la corrupción de policías mexicanos como algo lejano a su realidad

La pareja de agentes encubiertos de la Oficina del Sheriff habla de la corrupción de policías mexicanos como algo lejano a su realidad. “Shit, man, de veras son bien corruptos, por eso los matan”, dice el copiloto. Ambos visten short de mezclilla, con tenis y camiseta. Llevan el cabello apenas saliente del cráneo y barbilla con bigote ralo, como miembros de cualquier pandilla local. La camioneta Durango que conducen excede los límites de velocidad fijados a la entrada de Horizon Desert. Tiene el techo salpicado de algo parecido a la sangre: un estallido de círculos deformados por efectos de la expulsión. “Así nos la dieron”, dice el conductor. Se hablan en inglés cuando ven mujeres atractivas en la calle. “¿Ya viste ese culo?”.

Horizon Desert es el residencial de clase media en el que días antes tres sujetos armados secuestraron a Sergio Saucedo, un supuesto narcotraficante local al que sus captores llevaron hasta Ciudad Juárez, en México, para matarlo. Su cuerpo apareció retratado en diarios locales al día siguiente de que lo hallaron muerto. Quedó tendido a mitad de una calle oscura, boca arriba, con el torso desnudo exhibiendo sus tatuajes y los pantalones enrollados a la altura de los tobillos, las manos sobre el pecho. Los agentes encubiertos se dirigen hacia la calle donde vivía. Quieren mostrar lo fácil que resulta a los criminales confundirse entre “gente trabajadora”. Debe serlo. Un vecino de la víctima es agente de la misma oficina del alguacil y jamás sospechó de las actividades de ese hombre de 30 años de edad.

Saucedo es el primer caso oficial de un secuestro transfronterizo ligado al tráfico de drogas. “Una muestra de que el crimen organizado tiene presencia en la región”, diría el sheriff Richard Wiles mientras observaba la fotografía en la portátil colocada sobre la mesa de su oficina. Investigadores a su cargo fueron enterados por testigos que los criminales eran jóvenes, delgados y vestían pantalones de mezclilla, camiseta negra y tenis.

Militares en acción

Al sur de Horizon Desert, en San Elizario, un suburbio pegado a la margen del río Bravo, se esparce la versión de que los ejecutores fueron tres militares de Fort Bliss, la base militar más importante del suroeste de Estados Unidos. No hay evidencia policiaca de ello, pero al sheriff no le resulta descabellada la idea.

“Desde luego cabe esa posibilidad. Sin embargo no creo que el ejército como institución participe con criminales. El ejército no sirve de mucho a los narcotraficantes porque no tienen intervenciones en él. Pero pueden existir militares que caigan en hechos de corrupción”, dice Wiles.

En la ciudad hay muchos militares jóvenes que regresaron de la guerra en Irak. Los buscan para ofrecerles trabajos como el de Horizon Desert, es lo que asegura uno de ellos, que jura haber recibido la oferta. Las autoridades no tienen registro de tales maniobras de reclutamiento. O no quieren decirlo. De lo que hay constancia es de pandilleros enrolados en el ejército con propósitos criminales. En marzo de este año El Diario de El Paso publicó un reporte de inteligencia militar fechado en 2007 en el que se hace referencia de 40 soldados de Fort Bliss involucrados en pandillas locales con actividades de narcotráfico, homicidios y delitos con arma de fuego.

“En mayo de 2005, ocho militares fueron acusados de soborno y extorsión en un caso de narcotráfico. El FBI reveló que ‘personal militar’ colocado en Colombia transportó 46 kilogramos de cocaína a El Paso, Texas, porción destinada a ser distribuida a miembros de la pandilla de prisión Sindicato de Texas”, cita el rotativo.

El 15 de mayo de este año, un militar de la misma base, Michael Jackson Apodaca, de 18 años, mató de ocho disparos calibre .45 a José Daniel González Galeana, presunto operador del cártel de Juárez e informante de la DEA. Las autoridades dijeron tras su captura que se trató de un encargo por deudas de droga. El atentado ocurrió a las puertas de la casa de González, sobre la calle Pony Trail, al este de la ciudad. El supuesto narcotraficante tenía como vecinos al jefe de la Policía local, Greg Allen, y al juez federal Jaime Esparza. Apodaca egresó de la High School El Dorado, ubicada en Socorro, el distrito intermedio entre Horizon City y San Elizario.

“Es increíble lo que sucedió con ese asesinato”, dice el profesor e investigador de la Universidad de Texas en El Paso, Howard Campbell. “Ninguna autoridad federal fue capaz de decirle al jefe de la policía y al fiscal que estaba allí un gran narco. Es claro que esas agencias no cooperan entre sí. Cada una busca su fama. (…) la guerra contra las drogas es una farsa”, agrega.

Juego de simulaciones

San Elizario colinda con tierras ejidales del Valle de Juárez, la zona más castigada en la parte mexicana de la frontera por el exterminio de traficantes de droga. Les divide solamente el río. Por ahí cruzan cargas de hasta una tonelada, pese a la vigilancia ejercida por federales estadounidenses y mexicanos. Muchos residentes de San Elizario viven del negocio. Utilizan sus casas para ocultar los envíos de droga; sus carros, para sacarla de allí, y también la venden entre los adictos.

La camioneta de los agentes encubiertos se interna por las calles de tierra de la colonia. Todos los que la habitan son mexicanos de primera o segunda generación. Obreros de la construcción, la mayoría. Las casas se levantan sobre terrenos inmensos, de dos acres o más, lo mismo que los remolques. Sobre los amplios espacios de tierra y vegetación salvaje crecida en los patios frontales se estacionan tráileres, trocas de cuatro toneladas o camionetas lujosas. “Si alguien aquí tiene un Hummer, la primera pregunta que nos hacemos es: ¿de dónde sacó para comprar un vehículo así? Preguntamos y nos damos cuenta que el dueño no tiene un trabajo. Así que la deducción es fácil: anda mal”, dice el copiloto.

Aplicado ese criterio, al menos la mitad del vecindario vive del negocio de la droga. Y lo hace de manera impune.

La orilla sur de San Elizario es quizás una de las más vigiladas de la frontera. La Patrulla Fronteriza, ICE (inmigración y aduanas) y la Oficina del Sheriff la patrullan de manera formal, y se cuenta además con operativos encubiertos, como el de la pareja que lleva la Durango. Pero no hay registro de arrestos importantes en meses recientes.

Los agentes hacen un par de paradas antes de abandonar la colonia. La primera frente a una casa que es guarida de Los Aztecas, una de las grandes pandillas que trafican droga y armas y cometen asesinatos y secuestros. La segunda, en la propiedad de un narcotraficante independiente —dicen— que trae droga genéticamente alterada desde California. Es una vivienda que destaca por el lujo que las residencias vecinas no tienen: rejas exteriores y un par de automóviles Mercedes Benz en la cochera.

“Hay mucho crimen organizado en la ciudad. Secuestros que no están documentados de personas que luego matan en Ciudad Juárez. Hay muchos narcotraficantes también que viven en El Paso y que van a una reunión a Juárez y allá los matan. Entonces, esto es una forma de violencia que traspasa la frontera, porque estas personas son ciudadanos de Estados Unidos. La otra cosa que sucede es que se esconden los crímenes relacionados con el narcotráfico. Se manejan como peleas entre pandillas. Y usted debe saberlo: en la frontera tenemos cierto sentido de inferioridad hacia el resto de Estados Unidos. Siempre nos han visto como viciosos, pobres, con un montón de problemas y mexicanos además. Así que los dueños de la ciudad trabajan para que ello no se conozca”, dice Campbell.

Dólares en movimiento

El trasiego de la droga es sólo una cara del crimen organizado. La otra implica a los transportadores de dinero.

“Está bien pelada llevar el dinero en la ciudad o cruzarla a Juárez. Casi todos los traileros y los que traen carros para venderlos en México traen bloques de 20 mil o 50 mil dólares. Es dinero que viene de Atlanta, de Chicago. Hay rutas bien definidas. Y la feria se deja aquí con los narcos que se vinieron para acá o se entrega en Juárez. El conecte se hace en la North Loop, ahí, a la brava. Pinches policías, ni se dan cuenta y si se dan, se hacen pendejos. Porque ahí llegas con los choferes y te dan el dinero acomodadito en el pleno día. Eso es todo lo que hacen. Si el dinero lo entregas aquí, te toca 5% y si lo llevas para Juárez te toca 10%”.

El transportador tiene 25 años. Es ciudadano de Estados Unidos. Ese día hizo conecte en la North Loop. Trae consigo 20 mil dólares que debe cruzar a Ciudad Juárez. Lo hará en tres vueltas, con 6 mil o 7 mil dólares cada ocasión. “No hay que pasarse de los 10 mil para no tener pedo si te llegan a parar”, dice. El dinero procede de Albuquerque; así es como suele viajar, con altos en varias ciudades, cambiando de manos al menos dos o tres ocasiones antes de llegar a su destino.

El transportador tiene un trabajo formal, pero este es un dinero extra que se gana sin demasiado riesgo. En realidad, el peligro radica cruzando el río Bravo.

De enero a septiembre 27 ciudadanos estadounidenses fueron asesinados en Ciudad Juárez y la región del Valle. Entre las víctimas hay militares y un agente federal del U.S. Marshall. Todos por cuestiones de tráfico de drogas, de acuerdo con reportes de la Procuraduría de Chihuahua. Es una cifra muy superior a los homicidios cometidos en El Paso, que no sobrepasan la decena.

Autoridad de papel

El desequilibrio de violencia entre ambas ciudades no se explica en la presencia o no de redes criminales, sino en algo tan banal como la percepción, dice el profesor e investigador de la Universidad de Texas.

“Los grandes capos en México tienen una visión exagerada de la eficiencia de la ley de Estados Unidos. Nosotros que estamos en la frontera sabemos qué tan fácil es cruzarla y hacer en el otro país lo que no podemos hacer en el nuestro. La verdad, sin embargo, es que los cárteles mexicanos fácilmente podrían matar gente aquí, secuestrar o lo que sea y regresar rápido a Juárez o a México sin que los agarren”.

La noche del mismo día en que los agentes encubiertos merodearon San Elizario, ya habían identificado su vehículo. “Antes que la Durango, traían una camioneta blanca —dijo el transportador de dólares, que allí reside—. Aquí la gente los wacha y de volada sabe que son ellos. Nomás que todo mundo se hace pendejo. Mientras no los molestes no pasa nada”.

Los agentes tienen prisa por volver a la base. Son casi las seis de la tarde. Es viernes y su turno terminó a las cinco. Esa noche tienen fiesta. Planean beber cerveza. “¿Cuándo creen que se termine esto de la guerra allá en Juárez?”, pregunta el copiloto. “Yo creo que está cabrón, ¿verdad, oiga? Hay mucha corrupción”, responde el conductor. Hace un alto. Espera la luz verde del semáforo. Dos jóvenes salen de un 7-Eleven, en short diminutos. “¡Hey, look she’s fucken hot!”, le dice el otro. “Pos sí, está carbona la cosa en México”.