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Lunes 12 de julio de 2010

Los inicios del "narco" en el Golfo (I)

La vida de la mafia en Tamaulipas es relatada aquí con base en documentos históricos


La vida de la mafia en Tamaulipas es relatada aquí con base en documentos históricos

Hace 100 años uno de los infortunios para estos pueblos a la ribera del Bravo era ver volar una mariposa negra dentro de la casa. Aún hoy hay gente de campo que se perturba con estos insectos, al igual que con los vuelos nocturnos y el horrible canto de las lechuzas, el cual, se cree, augura desgracia, la mala hora.

Las lechuzas resultan peores que las mariposas negras. Son vengativas y arrancan los ojos a los bebés. Contra ellas se dice aquí que no se puede hacer nada, salvo conseguir un hechizo o tener resignación. Las lechuzas son brujas. Para ser vencidas necesitan que las neutralice alguien igual que ellas. Si no, nunca mueren y no dejan descansar a sus enemigos. También dice la leyenda que a Virgilio Barrera le gustaba hablar de lechuzas para provocar miedo en los años veinte, cuando su poder como traficante de mercancía ilegal en Tamaulipas era equiparable al que tenía en esa misma época Al Capone en Chicago.

LOS PASADORES

De Matamoros a Nuevo Laredo, los cronistas de la prensa de aquellos años dan cuenta del crecimiento de retorcidos mezquites con gruesos troncos y abundante follaje que regalaban sombra a los hombres que trabajaban al servicio de Barrera, antes de que éstos cruzaran a nado el río Bravo para llevar o traer algún producto prohibido. Parte de los mezquites eran plantados y cuidados en el árido camino por la banda Los Pasadores de Barrera, mientras que a otros mezquites los sembraba el viento, que hacía que volaran azarosamente semillas, dejando que la lluvia ocasional y el sol hicieran lo demás.

Con Barrera, vendedor de heroína y morfina, dio inicio la historia del narcotráfico en esta región fronteriza con Texas, conformada por Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, siendo este último el estado que acapara la mayor franja colindante con Estados Unidos. El paso del Capone tamaulipeco por estos pueblos dejó un montón de relatos fantásticos como el de la lechuza que solía tener en la sala de su casa para protegerse de sus enemigos.

LOS TRAFICANTES

Pero también quedó registro oficial de sus andanzas en el archivo del Departamento Confidencial de la secretaría de Gobernación, luego de ser capturado en octubre de 1929 por el general García de Alba, jefe del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones Militares del Monterrey de aquellos años. “Traficante de drogas heroicas en N. Laredo, Tamps”, se titula el expediente enviado a Felipe Canales, subsecretario de Gobernación. El general García de Alba presenta así a Barrera: “Fue detenido el señor Virgilio Barrera quien por denuncia de los señores Julián Garza, Ernesto García y Bruno Álvarez, es quien les provee de drogas enervantes. —Ruégole se sirva informarme si se remite a esa o es consignado en esta plaza al juez de Distrito—. Al insertarlo a usted me permito dirigirle atenta súplica a fin de que este individuo sea remitido a las Islas Marías, no solamente por el mal que causa por la venta de drogas, sino también por ser contrabandista reconocido, al que esta jefatura no ha dejado de vigilarlo por las diferentes denuncias que ha recibido contra el expresado sujeto”.

LOS CAMPESINOS

Por esa misma época en que Virgilio Barrera es capturado, además de mezquites, se sembraba adormidera y marihuana en la región. La producción nunca alcanzó los niveles que en Sinaloa o Sonora, pero llegó al grado que en los años setenta los campesinos del noreste llegaron a competir con Michoacán, Colima y Guerrero, tres entidades en las que creció la siembra de enervantes mientras se llevaba a cabo la operación militar Cóndor contra los plantíos del llamado Triángulo Dorado, conformado en los límites de Sinaloa, Durango y Chihuahua.

El 18 de agosto de 1975, El Extra de Monterrey publicó en su portada: “Hallan en Galeana más de dos toneladas de marihuana”. Allí se relataba que la droga había sido decomisada por agentes de la Policía Judicial Federal en el ejido San Francisco Berlanga, el cual sigue existiendo hoy en día, aunque no son ni 300 los habitantes que viven en la serranía ubicada a casi dos mil metros de altura. “En dicho lugar —dice el segundo párrafo de la nota— se llevó a cabo la captura de tres individuos que se dedicaban al cultivo y siembra de marihuana, semilla que habían adquirido a un narcotraficante en Matehuala, San Luis Potosí, dijo el licenciado Alejandro Arenas Gallegos, Agente del Ministerio Público Federal”. Los detenidos declararon ante el Ministerio Público que habían comprado a mil pesos el kilo de semillas de la planta. Su proveedor era un hombre llamado Martín, oriundo de Michoacán, quien les había vendido dos kilos, suficientes para producir cerca de ocho mil plantas.

Juan Moreno, el más joven de los detenidos, declaró que él sólo cuidaba el plantío pero que no sabía que se trataba de algo ilegal. “Los otros dos estás (sic) confesos de que era la primera vez que se metían al ilícito negocio de la marihuana dado que se disponían a buscar clientes en la frontera dentro de mes y medio, fecha en que estaría listo el cultivo de la hierba”, concluye la noticia, una de las tantas que había con frecuencia en los diarios de entonces sobre la detección de sembradíos en Tamaulipas y Nuevo León.

LOS CHACALESCOS

En esos mismos años setenta, Nuevo Laredo vivió su primera gran oleada de asesinatos provocados por el negocio del narcotráfico. En 1971, el último año de la administración de Francisco Garza Gutiérrez, fueron ejecutadas 33 personas, entre presuntos narcos y policías, además de civiles que accidentalmente se toparon con los enfrentamientos armados. Al año siguiente la cifra de crímenes subió a 60, cuando iniciaba su trienio el alcalde Abdón Rodríguez Sánchez. En los diarios de la época se habla de estos crímenes como los asesinatos chacalescos, y se dice que el comienzo de éstos fue el dos de noviembre de 1970 cuando fueron ejecutados dos agentes federales supuestamente comprometidos con la mafia: Rafael Hernández Hernández y Álvaro Díaz de León, en la taquería La Liberia.

Otros dos policías, pero secretos, también estuvieron entre las víctimas de esta primera gran ola de violencia provocada por el control del tráfico ilegal en Tamaulipas. Uno se llamaba Juan José Aguinaga Ríos, acribillado el 24 de mayo de 1971 en la cantina Los Ojos Verdes, y el otro era Bernardino Montemayor.

A raíz de la escalada violenta surgiría el liderazgo de Juan Nepomuceno Guerra, quien por entonces ya era un traficante bien conectado con el poder en Tamaulipas. El hombre, considerado como fundador del cártel del Golfo, vivía en Matamoros y desde ahí controlaba no sólo el paso de droga, sino también el de autos robados. Su carrera la había iniciado traficando whisky en los años treinta, después de la detención y el envío de Virgilio Barrera a las Islas Marías. En los años setenta, en medio de la lucha entre bandas en Nuevo Laredo y contando con el apoyo de la policía judicial, Guerra se afianzó como el nuevo jefe de la plaza.

Quizá el caso de Juan N. Guerra prueba lo que vienen diciendo desde hace varios años especialistas del tema del narco en México, como el profesor español Carlos Resa Nestares, quien considera que la especificidad fundamental del crimen organizado en México es que se origina, se sostiene y nutre desde las estructuras del Estado, en particular de aquellas que teóricamente existen para combatir a la delincuencia. Las inmensas diferencias en niveles de renta y de poder, junto a factores como el escaso desarrollo de la sociedad civil, ayudaron a crear las condiciones para ello en el noreste del país.

Resa Nestares, consultor de la Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Delincuencia, dice en su estudio “Sistema político y delincuencia organizada en México”, que las asociaciones criminales mexicanas no pueden situarse dentro de los modelos habituales de delincuencia organizada y sus conexiones con el poder político, sino en el concepto de crimen organizado de Estado, al que define como “actos que la ley considera delictivos (pero que son) cometidos por funcionarios del Estado en la persecución de sus objetivos como representantes del Estado”.

EL TRIUNFADOR

Este era el tipo de operaciones que encabezaba Guerra. Éstas, de 1930 a 1980, en 50 años de trayectoria, le llegaron a dar cinco mil millones de dólares, de acuerdo con reportes oficiales dados a conocer en 1987, donde se le adjudicaba también la posesión de tres mil hectáreas de tierra en Tamaulipas y Nuevo León.

Además de controlar el cruce ilegal por la frontera, Juan N. Guerra respaldó políticamente al PRI a través de la CTM, entregando jugosos donativos. A cambio de este apoyo, un sobrino de él, Jesús Roberto Guerra, fue presidente municipal de Matamoros de 1984 a 1987. Pero sería otro de sus sobrinos, Juan García Ábrego, quien se distinguiría por su capacidad para manejar los negocios de la familia. “Soy un ciudadano que se ha dedicado a trabajar. Soy agricultor, ganadero, transportista… soy un hombre triunfador y cuando un hombre tiene éxito surgen enemigos gratuitos. Mi imagen está limpia por completo y si no pregúntele a la gente que todo lo sabe”, declaró Guerra en entrevista con la reportera Irma Rosa Martínez en 1987, ya retirado a causa de una apoplejía que le paralizó el lado izquierdo del cuerpo. A partir de entonces, su rutina sería sentarse todos los días a la misma mesa de conocido restaurante Piedras Negras, en Matamoros.

Sin embargo, cuando se preguntaba a la gente o a las autoridades de aquella época sobre la carrera triunfadora de Guerra, la historia era muy diferente, explica el investigador Froylán Enciso. Dos de los tantos asesinatos que se le atribuían a él directamente eran el de su propia esposa (por supuestamente serle infiel con el comediante Resortes) y el de Francisco Villa Coss, hijo del héroe revolucionario que trabajó como comandante de la aduana en la región.

El 11 de junio de 2001, Juan N. Guerra murió en Matamoros cuando se consolidaba la transformación de su vieja organización delictiva regional en una empresa de altos vuelos internacionales, asociada con un sanguinario núcleo paramilitar conformado por desertores de élite del Ejército Mexicano.

El patriarca del cártel nunca pisó la cárcel.

EL SOBRINO

Como sobrino de Juan N. Guerra, Juan García Ábrego ya realizaba algunas gestiones de las empresas de la familia desde los años ochenta, y finalmente fue quien reemplazó al patriarca de forma definitiva a partir de principios de los noventa, cuando Guillermo González Calderoni, el superpolicía del inicio del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, amplió los grupos delictivos y reconfiguró el poder del nuevo sexenio presidencial incluyéndolo a él como jefe de la compañía llamada el cártel del Golfo.

“Esta historia refleja varias ideas que aún deambulan en la discusión pública académica: el papel de las políticas prohibicionistas en la creación de atractivos mercados subterráneos, la organicidad de los vínculos con el gobierno autoritario, el surgimiento de la violencia como consecuencia lógica en el manejo de una organización fuera de la ley con grandes intereses en juego, la capacidad de su renovación ante los retos del Estado y el mercado”, considera Enciso, quien ha estudiado este caso en particular para un volumen recién publicado por El Colegio de México.

El uso de la palabra “cártel” para referirse al grupo de traficantes de las orillas del mar del Golfo se inició en 1989, de acuerdo a un documento del FBI con el folio 92CHO-26853-21. En ese reporte aparece el nombre de Juan García Ábrego como el del principal jefe del grupo, que ese año ya había establecido relaciones importantes con el cártel de Cali en Colombia, y que tenía a su disposición un equipo de pistoleros con considerable capacidad de fuego. Entre estos se encontraban Luis García Medrano y José Pérez de la Rosa, apodado El Amable, un sicario de fama más que sanguinaria.

EL CAPO

Óscar López Olivares, socio de García Ábrego conocido como El Profesor, quien después se convertiría en testigo protegido de la DEA, relata en un libro de próxima publicación, al cual ha tenido acceso M Semanal, los inicios de García Ábrego en el narco. Cuenta: “En el año de 1980 quedó establecido el puente aéreo Matamoros- Oaxaca, con un promedio de cuatro vuelos por semana de 400 kilogramos de cáñamo indígena (mota, marihuana, grifa, hierba verde). En ese tiempo contaba con 40 años y jamás en mi vida había visto la hierba, pues apenas acababa de conocer la cocaína, que los mismos agentes federales me habían enseñado a utilizar contra el cansancio del vuelo”.

“En Matamoros, la Policía Judicial Federal estaba compuesta únicamente por tres elementos, todos amigos de Juan García Ábrego desde la infancia. Les conseguíamos oficinas, muebles, armas y les pagábamos la luz así como una gratificación por cada viaje. Durante los años siguientes se hizo una constante que a cada comandante nuevo que llegaba había que comprarle nuevamente todo, pues el que se iba no dejaba nada”.

Hasta enero de 1996, García Ábrego se mantuvo al frente del cártel del Golfo. Cuando finalmente fue detenido en una finca en las afueras de Monterrey, su tío, Juan N. Guerra, dio declaraciones a la prensa sobre este hecho: “Es mi sobrino, ¿qué le puedo decir?... contra el gobierno no se puede”, dijo.

Óscar Malherbe reemplazó a Juan García Ábrego, pero en mayo de 1997 fue capturado también. Salvador Garza Herrera tomó el mando entonces, pero sólo duró unos meses al frente de la organización delictiva: Osiel Cárdenas Guillén, asociado con Gilberto García Mena, operador en el pueblo de Guardados de Abajo, se quedó con el control del cártel del Golfo a partir de finales de 1998, tras asesinar a Garza Herrera.

LOS ZETAS

Cárdenas Guillén es un hombre de ojos cafés, 1.75 de estatura, con cicatrices de acné en el lado derecho de la cara y un tatuaje en el hombro izquierdo. Cuando asumió la jefatura del cártel del Golfo estaba casado y era padre de tres niños. García Ábrego lo había incorporado a su equipo después de que éste hubiera trabajado para la Procuraduría General de la República (PGR) como entrenador de perros. Una de las primeras cosas que hizo Cárdenas Guillén y que a la larga cambiarían el curso de la historia del narcotráfico en la región fue la creación de una escolta personal conformada por militares de élite del Ejército Mexicano que, en los años siguientes, después de la detención de Cárdenas Guillén en 2004, iniciarían un camino propio en el mundo del narco, al grado de convertirse a finales de 2007 en un cártel más de la droga en el país, Los Zetas, independiente del cártel del Golfo, la organización delictiva dentro de la cual habían nacido.

Durante dos años, aún encerrado en prisión, Cárdenas Guillén siguió teniendo el control de Los Zetas hasta su extradición a Estados Unidos, cuando el núcleo paramilitar decidió operar por su cuenta, sin acatar las órdenes de los demás miembros de la cúpula del cártel del Golfo cercanos a Cárdenas Guillén.

LOS NIÑOS

Una de las últimas acciones que desde su encierro ordenó Cárdenas Guillén a Los Zetas, ocurrió en la celebración del Día del Niño en abril de 2006. Esto se publicó en un diario de Reynosa, en una nota titulada “Osiel hace felices a los niños”, aparecida el sábado 29 de abril de 2006:

“Osiel Cárdenas Guillén festejó a los niños de Reynosa en su día, obsequiando más de 150 bicicletas y 18 mil juguetes a quienes abarrotaron las gradas y canchas del estadio Adolfo López Mateos.

Veintidós mil personas se dieron cita en el parque Adolfo López Mateos desde las doce del mediodía, para presenciar el espectáculo de lucha libre y el show de los Payasónicos al que se sumó la presentación del conjunto musical “Los hijos D” quien marcó el inicio del festejo infantil.

De los asistentes se contabilizaron 17 mil niños de diferentes edades, quienes eran acompañados en grupos por dos adultos, sus padres o hermanos mayores, recibiendo a su ingreso al parque en forma individual un refresco, una bolsa de papitas y agua completamente gratis.

No hubo vendimia, todo fue gratis, los niños se fueron agasajados desde su llegada a la sede del evento y al salir del mismo, cuando dos camiones cargados con más de 18 mil juguetes de diferentes tamaños y marcas fueron regalados a quienes salían del lugar con sus rostros sonrientes”.

En la nota se explicaba que el evento se llevaba a cabo “por cuarto año consecutivo”. Y se hacían algunas acotaciones como la siguiente:

“Johan Said Barra Soto de siete años, y Luis Daniel Pérez Vallejo de ocho años, con capacidades diferentes a los otros niños recibieron de parte de Osiel Cárdenas Guillén una bicicleta sin participar en la rifa, escuchándose sus risas y gritos de emoción al ser sentados en aquellas unidades para diversión infantil. En el evento los niños no sabían quién era Osiel Cárdenas Guillén, para estos niños no había historia, había un gesto de generosidad de un hombre que se encuentra en algún lugar de México consciente de que la pobreza no se puede erradicar, pero sabedor de que se puede dibujar una amplia sonrisa en el rostro de los niños con el firme apoyo de amigos leales”.

En 100 años de historia, el poder de los traficantes de Tamaulipas había pasado de tener lechuzas en la sala de la casa a la celebración de actos públicos y masivos con respaldo popular.

Diego Enrique Osorno para Milenio semanal