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Viernes 23 de mayo de 2008

Manuel Buendía, periodista

Manuel Buendía asumió la dirección del periódico La Prensa a los 33 años


La semana próxima se cumplen 24 años del asesinato aún no aclarado de Manuel Buendía Tellezgirón. A casi un cuarto de siglo de su ausencia física, su presencia sigue entre nosotros, fuerte y vigorosa. Sus lecciones profesionales tienen hoy la misma vigencia.

Manuel Buendía asumió la dirección del periódico La Prensa en enero de 1960, a los 33 años de edad. Bajo su mando ese diario mejoró en grado tal que sus lectores se multiplicaron en muy poco tiempo. Como director, Buendía nunca cejó en su empeño por impulsar un periodismo sustentado en información investigada y comprobada, limpia prosa y ética inquebrantable, como se ilustra con la la siguiente selección tomada de la memoranda interna que entre enero y febrero de 1963 dirigió a sus colaboradores.

Jefatura de Información

La Jefatura de Información tiene la obligación básica, elemental, de echarse a la búsqueda de asuntos que resulten informaciones exclusivas para La Prensa. Esto todos los días. Pero, además, debe vigilar que los redactores que traba¬jan el domingo tengan para este día un asunto especial.

Resulta imposible “inventar” este asunto el mismo domin¬go o siquiera el sábado. Así no es posible escribir jamás algo que valga la pena. No señores.

Todos los que estamos aquí hablamos el mismo lenguaje profesional y estamos perfec¬tamente de acuerdo en que los asuntos especiales se pien¬san, se trazan, y se trabajan con varios días de anticipación. Y tampoco nos vamos a leer, entre gitanos, las líneas de la mano unos a otros. Es decir: ningún redactor podrá engañar al Jefe de Información o, al Director, presentando notas de boletín como el “asunto especial” que se ordenó; y tampoco, la noticia -NOTICIA, insisto- puede ser sustituida por un guiso casero... y peor aún cuando ese guiso ni siquie¬ra es original sino tan sólo un refrito. Abandonemos, pues, el refugio de las disculpas o de las mañas del oficio y entre¬guemos nuestro esfuerzo -nuestro permanente y gran es¬fuerzo- a mejorar la información de nuestro diario. Les ofrezco que la Dirección estará particularmente atenta al cumplimiento de los señores redactores que trabajan el domingo.

Dimensiones y calidad de las notas
Más de una vez, y con vehemencia, les he pedido ayuda permanente para resolver los problemas de espacio. Des¬graciadamente debo admitir que la mayoría sólo se pre¬ocupa de esto durante unos días, y después... vuelven a las andadas.

Hemos dicho: grandes notas, sí; notas grandes, no.
Todos saben cuáles son y por qué existen las presentes limitaciones de espacio. No voy a extenderme, pues, en este punto. Pero aun cuando no se dieran esas circunstancias, aun cuando el espacio nos sobrara, protesto a ustedes que jamás decidiría atiborrar el diario de notas descomunales, jamás resolvería yo sustituir la calidad por la cantidad.

He enviado a ustedes cartas en que se examina el aspecto de técnica de periodismo referente a la brevedad y a la concisión. He dicho con toda claridad que nadie les pedirá nunca que supriman los datos importantes de una información; vamos: ni siquiera los datos un tanto secun¬darios, pero que prestan vivacidad a la narración, o que dan el toque ágil, etcétera. Sería una monstruosa necedad la del que se atreviera a decir que, por acatar esta orden de la Dirección, su nota desmereció ante la de otros diarios. Repito: sólo un necio podría afirmar esto. Y no sólo merece ser llamado necio, sino incompetente, por que quien carezca del poder de síntesis no puede ser llamado periodista.
Formación profesional

Es preciso, señores, que cada uno de nosotros admita francamente lo que, por otra parte, es realidad ineludible de nuestra profesión: el periodista no termina de hacerse. Nuestro perfeccionamiento es brega cotidiana. Hasta el último día de nuestra existencia estaremos transformán¬donos. Es un mentiroso ególatra el que afirme que ya alcanzó la cumbre de su perfección y que desde ahí va a ejercer el magisterio sobre inferiores que lo rodean, o que a su torre de marfil no puede llegarle una sola amo¬nestación, un solo señalamiento de imperfecciones.

¿Qué debemos hacer para transformarnos en buenos redactores, o de buenos en mejores? ¿Cuál es el camino para adquirir un estilo vigoroso y ágil? ¿En qué consiste el secreto para superar las imperfecciones -grandes o pequeñas- de nuestro estilo actual?

Bueno, la verdad es que todos conocemos el camino y el secreto. Partamos de que el estilo es parte imitación y parte creación. En otras palabras: no hemos inventado nada; pero sobre cimientos que consideramos dignos de adoptar, hemos edificado lo propio, lo que lleva impreso el sello de nuestra personalidad.

Cuando empezamos a escribir, lo hicimos siguiendo -consciente o inconscientemente- un molde, a veces ínte¬gro, a veces formado por fracciones de varios. Y a veces, con el transcurso del tiempo, es ya imposible precisar cuál fue la influencia dominante que recibimos, o las fuentes originales en las que abrevó nuestro estilo. Pero lo cierto es que esas fuentes, esas influencias, están ahí, inmersas en nuestro modo particular de manejar el lenguaje.

Creo que, si esto es así, debemos mantener el espíritu sensible y en contacto con los modelos que ahora -con la experiencia adquirida- podemos seleccionar mejor, a la luz de nuestros propios conocimientos, para tomar -no servil¬mente, sino con instinto creador- aquellos datos pri¬marios, aquellos gérmenes, que se transformarán más tarde en frutos de nuestro propio árbol.

Dominio de la técnica periodística
El solo hecho de ser redactor de La Prensa presupone el conocimiento y dominio de la más depurada y moderna técnica periodística.
En efecto, ¿quién de ustedes ignora cómo debe redac¬tarse la entrada de una nota?

Sin embargo, he venido observando que algunos de ustedes abandonan con frecuencia las normas bien sabidas de objetividad, concisión, fuerza expresiva, etcétera, para caer en formas o estilos fofos, desvaídos, y, en suma, total¬mente impropios del tipo de periodismo que estamos obli¬gados a practicar todos los días y en cada una de nuestras notas.

Este vicio del estilo determina un decaimiento general en las informaciones y coloca a nuestro gran diario en eventual desventaja frente a un competidor que publicó las mismas notas pero cuidadosamente redactadas.

Además -y es lo que quiero destacar en esta ocasión- ¬tal deficiencia en la redacción representa un peligro cons¬tante. Una nota mal hecha, en la cual ni el primer párrafo ni el segundo expresa lo fundamental de la noticia, puede fácilmente inducir a error al encargado de determinar la importancia que debe darse a una nota en el formato del periódico.

Expliquemos: el Director -que lógicamente no dispone de tiempo para leer hasta la última línea- examina el primer párrafo y acaso el segundo. Con esto, él cree haber captado la importancia de la nota y procede inmediatamente a señalar el sitio que ocupará: segunda plana, tercera, déci¬ma... o el cesto de la basura.

Pero, ¿qué sucede cuando un ingenioso redactor decide jugar a las escondidas? Puedo contestar relatándoles lo que me ocurrió hace un par de semanas; eché al cesto una información que al día siguiente -¡oh, vergüenza!- vi destacada en los demás periódicos. Y es que nuestro in¬genioso redactor -según comprobé al revisar tardíamente la nota, de principio a fin- había escondido lo importante de la información... ¡en la segunda o tercera cuartillas!

Convengo en que a veces los redactores nos enfrenta¬mos a verdaderos problemas de información. Llegamos al periódico con hojas y más hojas de apuntes y nos sentimos naufragar en un embravecido mar de datos a cuál más importante y llamativo. ¿Qué hacer en esos difíciles momentos? Una sola cosa: meditar antes de escribir nada.