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Nubes Dispersas

Chihuahua, Chihuahua



Martes 11 de diciembre de 2007

¿Nadie sabe para quién trabaja?

Si alguien no quiere reforma al statu quo, es López Obrador, el tipo de caudillo que solo gana en río revuelto


Hace cuatro meses, cuando en el seno de la Comisión Política del PAN se discutían los ejes de la reforma electoral, algunas voces se pronunciaron en contra de algunos puntos. Además de preocupaciones genuinas, se colocó un argumento que carecía de sustento, pero tenía un peso en política práctica: López Obrador se alzaría victorioso con la reforma, y el relevo de una parte de los consejeros del IFE avalaría en los hechos su embustera cantaleta sobre un fraude el 2 de julio de 2006.

Yo sostuve que nuestra posición debía atender los deberes éticos y sociales de una reforma a un sistema hasta ahora dominado por el dinero, atravesados los medios de comunicación en una relación perversa, y la participación inequitativa de terceros en el proceso electoral, fundamentalmente de los empresarios. Compartí la opinión sobre la injusta salida de los consejeros, pero terminé convencido de que sin esa medida sería difícil reconstruir el principal valor del IFE: la confianza. Y esa no se podría recuperar sin el consenso del PRD.

Lo que sí atajé, creo que de manera contundente, fue el argumento de que López Obrador haría suya la reforma y ondearía la bandera del fraude a la salida de los consejeros, y propuse un mayor seguimiento a la conducta de ese líder carismático, por el cual, dentro y fuera del PAN, he expresado opiniones buenas y malas. Pienso que es un hombre honesto, pero sin vocación democrática. Que el caudillismo que parece penetrarlo hasta lo más íntimo prevalece sobre la instauración de un orden social democrático, en el que la reforma de las instituciones tenga como base un rediseño constitucional. Sostuve que si alguien no quiere reforma al statu quo ése es Andrés Manuel. Que el tipo de caudillo que es él sólo gana en el río revuelto, y en mantener intactas las estructuras del poder formal y fáctico.

Sin asegurar que López Obrador se opondría, expresé que el caudillo no vería con buenos ojos que se empezara a desmontar la colusión de intereses entre los poderes fácticos y la política en México, el principal propósito de la reforma electoral al romper el triángulo medios-política-dinero.

Muy lejos de cualquier ejercicio de prospección política, hubiera pensado en que una vez aprobadas las enmiendas y reglamentadas en el Cofipe se alzaría en contra bajo una descalificación absurda y llamándole “palero” a su propio partido. Trabajando desde su posición a favor de los intereses que realmente fueron afectados, inmejorable vocería se encontró el Consejo Coordinador Empresarial y el duopolio televisivo, para ahondar en la campaña de mentiras y falsificaciones con que han enfrentado las reformas.

En la escalada de su contradicción, el exceso se vuelve cotidiano y el rudo lenguaje de sus descripciones “que no insultos” se dirige ahora hacia los suyos. Ayer llamó vendidos a los representantes de casilla del PRD que no vieron en la jornada electoral lo que su imaginación recreó. Ahora dice que los legisladores del PRD son paleros de la derecha, concediendo a lo mucho dos posibles categorías: los que lo son por gusto y los que se prestan al juego sin saber qué realmente sucede.

No hay ponderación alguna al esfuerzo reformador, no se reconoce en sus demandas ni en sus exigencias. No valen los resolutivos de su partido en el que se definió apoyar los asuntos medulares de la reforma. “La reforma es antidemocrática”, dice en declaraciones por donde va.

Sin apuntar un solo dato de esa aseveración, se ciñe a afirmar que la reforma “impide la formación de coaliciones”. Y hay que decirlo tal cual, ese argumento de López Obrador es tan falso en torno de los partidos pequeños y las coaliciones como el de las televisoras sobre el supuesto atentado a la libertad de expresión, como el del CCE sobre el dizque atentado a la garantía de asociación y la participación social en los comicios.

Las reformas no prohíben la coalición entre partidos. Lo que se elimina en parte es el esquema de simulación de esas coaliciones en el que los partidos pequeños viven de una respiración artificial a cargo de los grandes, que en algunas regiones no alcanzan voluntades ni para mantener su registro, pero que lo aseguran por la vía del convenio electoral.

La posición de López Obrador no milita en el interés público, y sí contribuye —¡quién lo diría!— a darles fuerza a los sectores más conservadores para sembrar la confusión y demeritar una de las reformas más importantes que sobre los medios y dinero se han construido en la última década en América Latina. Si hay paleros por omisión o por gusto debiera preguntarse Andrés Manuel si la distinción lo abarca. ¿Será cierto que nadie sabe para quién trabaja? Ya felicitó a Televisión Azteca por su valor de venderle un espacio de media hora a la semana en la madrugada. Y ya concede entrevistas a algunos de sus más insistentes detractores, casualmente, los que más han mentido sobre la reforma electoral. ¿Lo veremos reclamar un amparo a los empresarios para que intervengan en las elecciones?

Profesor de la FCPyS de la UNAM