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Nubes Dispersas

Chihuahua, Chihuahua



Lunes 21 de enero de 2008

Naturaleza y pasion


Strip tease II

Llegó muuuy cansada. Arrojó el bolso, aventó los tacones y mientras se dirigía al closet se deshizo de la blusa. Frente a la puerta del closet se le resbaló la falda y con un movimiento gracioso se sacudió el fondo. Ante el espejo se quitó el sostén. Subió la pierna izquierda y se desenrolló la media, hizo lo mismo con la pierna derecha. Su piel transpiraba. De un sólo jalón se quitó la pantaleta. El espejo reflejaba el momento en que ella se llevaba las manos a sus senos, parecía acariciarlos, pero luego se alcanzó a ver cómo bajaba un cierre de su epidermis, sacó cuidadosamente su alma –por cierto muy arrugada-, le dio una sacudida, una arregladita. Una vez enderezada, tomó un gancho y colgó su piel. (128)
Muñequita linda
Caminaba sin llamar la atención. Se formó al final de la larga fila. Cubría su cabeza con una mascada. Se tapaba la boca con un pañuelo. Cuando llegó su turno en la ventanilla del Monte de Piedad, mostró un manojo de hilos de oro, unas perlas y unos rubíes. El valuador miró a la mujer:
 “¿Quién es el propietario de estas joyas?”
 Yo, señor.
 ¿Trae algún comprobante, un recibo...?
 No.
 ¿Quién es usted?”
Antes de responderle, la mujer se quitó la mascada, retiró el pañuelo de su boca: El valuador se fijó en la boca desdentada, sin labios y con sólo algunos ralos cabellos rubios en la calva femenina.
“Yo fui aquella muñequita linda, de cabellos de oro, de dientes de perla y labios de rubí”. (131)

Curiosidad II

Cuando era pequeño y aún se mantenía muy cerca de su mamá, miraba de reojo a los que vivían enfrente. Se fijaba como cada vez que salía el sol también salía el señor que vivía en esa casa. Se despedía de su mujer y se despedía de sus niños que desde la ventana le miraban alejarse. Era notorio el gran amor del padre.
Al crecer, siguiendo la ley de la vida, llegó el momento de romper con los lazos familiares, pero antes de emprender el vuelo, no pudo resistir la curiosidad y le preguntó a su progenitora: “¿Mamá, por qué yo no puedo llevar una vida como la del hombre que vive frente a nosotros?” Y la mamá, suspirando, le contestó tranquila y pausadamente, con aquella sabiduría maternal: “Porque los que viven enfrente son humanos y tú eres sólo un pájaro, hijo mío” (143)

La enfermedad

Ni médicos ni curanderos encontraron las causas de la enfermedad del adolescente que lo acercaba con rapidez a la agonía final en cada acceso de tos y vómito.
Mandó por un sacerdote, pero antes de la llegada del presbítero, los compañeros de grupo visitaron por última vez a su condiscípulo. Éste alcanzó a ver de reojo que entre los visitantes se encontraba el profesor de Español y a duras penas se medio enderezó y le hizo una señal al mentor para que se acercara y cuando estuvo cerca, el muchacho le soltó una vocalización de gerundios, participios irregulares y le tosió en pleno rostro una cantidad de homófonos y parónimos mezclados con hipérboles y sinécdoques.
El muchacho sintió alivio y siguió vomitando verbos defectivos, reflejos y cuasirreflejos y mientras se recuperaba milagrosamente, el profesor se asfixiaba y antes de perder el conocimiento recibió un escupitajo de imágenes y metáforas modernistas. (150)

Florecer

Ella simplemente no llegó. La moluscosidad del tiempo oscureció los sentidos del esperante, oprimiéndole la decisión de retirarse de ese sitio. Se quedó ahí. De pie, sin moverse siquiera. Y no supo cuando sintió que por su piel corrían hilillos de lo que creyó era sudor. Sus tejidos se fueron endureciendo. Sus músculos se engarrotaron. Los pulmones se extendieron por última vez y así quedaron: inmóviles y expandidos. Se le desprendió el corazón y se le fue hasta los pies y desde ahí sintió el líquido bombeo y algo en su conciencia le indujo a pensar que en vez de sangre le subía la savia. Su piel se corrugó e inmediatamente los vellos le empezaron a crecer hasta convertirse en ramas. En el espacio donde antes había estado el corazón se le removió algo que resultó ser un nido de ave. Sus ideas, sentimientos y recuerdos se convirtieron en botones que se abrían. Y ahí está, floreciendo. Bien plantado. (159)