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Sábado 2 de mayo de 2015

Un Hombre Sensible

En esta nueva sociedad se premia al que roba, al que engaña, al que defrauda, al que... asesina.


En esta nueva sociedad se premia al que roba, al que engaña, al que defrauda, al que... asesina.

En estos tiempos violentos, es muy difícil ir por la vida -para quien así lo hace- como un anacrónico don Quijote o un san Francisco de Asís, con la misión de hacer el bien a sus semejantes, salvar a doncellas en peligro, luchar contra poderosos enemigos, dando caridad a diestra y siniestra, combatiendo las injusticias y muchas otras acciones. La sociedad ha cambiado radicalmente, lo que antes era motivo de admiración -hacer el bien- hoy, lo es de burla y desprecio.

En esta nueva sociedad, no hay lugar para los débiles, para los honestos, para los misericordiosos. Se premia -al menos socialmente- al que roba, al que engaña, al que defrauda, al que... asesina. En este nuevo orden de cosas, se mide el éxito con el único parámetro de la acumulación de riquezas, menospreciando otro tipo de riquezas como la espiritual, la cultural, la moral. Socialmente estamos inmersos en un proceso involutivo de impredecibles consecuencias.

Dentro de este contexto de antivalores, recuerdo que en cierta ocasión impartiendo clases de Lógica a jóvenes preparatorianos. Las ventanas del lado norte de el aula, miraban a una calle sin pavimento, donde un trastornado individuo realizaba todo tipo de acrobacias automovilísticas, levantando una nube de tierra, los jóvenes y señoritas se levantaron de prisa para ver el espectáculo -por lo demás peligroso para los transeúntes-, muy molesto exclamé: "Ese estúpido piensa que queda muy bien", pero, al ver la cara de arrobamiento de los estudiantes, pensé para mi mismo, "El estúpido soy yo, y ese imbécil es un... héroe".

La historia de hoy versa sobre Elías, su ubicación en el tiempo es mediados los años 80’s, el lugar, no importa pudo haber sido en cualquier parte. Elías en ese tiempo contaba con 18 años aproximadamente y poseía una sensibilidad desbordada que lo hacía derramar un llanto abundante, en situaciones que la generalidad no lo hacemos, lo que lo convertía en motivo de burla y escarnio por parte de sus compañeros de trabajo.

En cierta ocasión le mandé hablar para llamarle la atención por algunas fallas en su trabajo, y aunque mi trato a mis trabajadores era moderado, él, lloró copiosamente. Si se enteraba de que un problema hacía sufrir a un amigo o amiga, sufría solidariamente con ellos. En otra ocasión se enteró de que una querida amiga suya, salía con un hombre casado y algo mayor, en medio de un mar de lágrimas le suplicó que lo dejara, que la iba a hacer sufrir.

Elías, era pues un hombre sensible y bueno, por ello humilde económicamente -esa fórmula no falla, el dinero es para los desalmados-, cuando cumplió 20 años se enamoró de una diminuta -en estatura- jovencita de su misma edad de nombre Lourdes, buena muchacha pero sin llegar a los extremos de su pareja. Se casan sin considerar la pobreza material de ambos y su diferencia de caracteres ,, él débil y sensible, ella voluntariosa y atrevida.

Llega al año de vivir juntos su primer hijo, y la economía familiar sufre una nueva abolladura. Las ropas de ambos y del bebé son verdaderos harapos, su alimentación por ende deficiente. Lourdes empieza a desesperar ante la falta de agresividad de Elías y voltea su vista hacia otros varones que la pretendían, no para una relación seria, sólo para pasar el rato, ella lo sabe y accede a sus requerimientos. Lourdes nada prudente, permite que el bueno de Elías se entere y surge el rompimiento.

A sus 23 años y con la lápida moral que implica el engaño descarado de su esposa, Elías empieza a beber alcohol, situación nueva en él -antes no lo hacía-, pierde el trabajo y al no ser capaz de contribuir para la manutención de su hijo, también pierde la oportunidad de verlo, volviéndolo aún más vulnerable emocionalmente al no poder convivir con el hijo que amaba.

Los años pasan dolorosamente para Elías, quien llega a los 30 años, pero aparentando tener 45, con huellas en el cuerpo y en el alma, producto de sus muchos tropiezos y sufrimientos. Recién acababa de recibir un tratamiento para alejarse de los vicios, que con muchos sacrificios le pagaron sus también humildes familiares, pero sobre todo con el firme deseo de él.

Conoce entonces a Martina, una mujer con 4 hijas de entre 6 y 12 años, se enamoran perdidamente, pese a que Martina tiene 40 años, no puede ya tener hijos, y pese a que su oficio no es el que muchos hombres quisieran para su esposa. Martina trabaja en una barra -cantina- y después de ello para completar su enorme gasto, se prostituye, siendo la única forma que ha encontrado para sacar adelante a su familia, Elías lo sabe, y así la acepta.

Se muda a vivir con ella, consigue un empleo y empieza una nueva vida para él, para su pareja y para las niñas. Martina al verse apoyada por su hombre, deja abruptamente de vender su cuerpo, dedicándose sólo a servir bebidas e iniciando así el camino a su redención, deja también de consumir alcohol, lo que hacía por complacer a los clientes.

Hoy, 18 años después Elías y Martina viven apaciblemente una vida tranquila, atrás quedaron los años de miseria, vicios y prostitución. Disfrutan de sus muchos nietos, saben que no siempre se escoge la vida, sino que la vida lo escoge a uno. Que la sociedad es muy dura cuando de juzgar se trata, hace juicios de valor lapidarios y muchas veces falsos.

Algunos ejemplos:
 Se ve a un hombre perdido en el alcoholismo y se sentencia, "Él se lo buscó", realmente, ¿quién elige sufrir?
 Cuando se enteran que alguna mujer ejerce la prostitución, la condenan diciendo, "Esta lo hace por gusto, no por necesidad", me pregunto, ¿cómo lo saben? Cuantas encopetadas damas de sociedad son mucho peor moralmente que ellas.
aquí un dicho popular con el que no coincido, pero que para algunos es un dogma de fe.
"Caballo manso tira a penco, hombre bueno tira a pendejo -cornudo además-, y mujer liviana tira a puta".