17.33°C

Nubes

Chihuahua, Chihuahua



Miércoles 23 de septiembre de 2009

Vea la conferencia de Giovanni Sartorí

Vea aquí por escrito la conferencia de Giovanni Sartorí "La videopolítica, nuevos desafíos para la democracia"


Vea aquí por escrito la conferencia de Giovanni Sartorí "La videopolítica, nuevos desafíos para la democracia"

El problema crucial para la democracia fue detectado por Rousseau. Él se preguntaba: “¿De qué manera puede una multitud ciega que casi nunca sabe lo que quiere porque sólo rara vez sabe lo que es bueno para ella” alcanzar una democracia? De hecho Rousseau no dijo en su cita “democracia”. Su ideal era una república gobernada por leyes y no por hombres. Su ideal eran Esparta y los romanos (no Atenas). Rousseau admitía la democracia en sus teorías sólo para estados pequeños y primitivos y de manera muy periférica. Para él el quid de la cuestión era, como dije al principio, que “uno siempre busca el bien, pero uno no siempre lo reconoce”. Para resolver este problema, Rousseau tuvo que recurrir a una “voluntad general” que no era la voluntad de todos (la suma total de las voluntades particulares) ni una voluntad individual libre de todo egoísmo y particularismos. La voluntad general no se traduce en las voluntades de todos, sino, muy por el contrario, es la voluntad de las personas que deben someterse a la voluntad general. Evidentemente la solución de Rousseau no era muy convincente; sin embargo, llamó la atención sobre un punto que la posterior teoría de la democracia simplemente evitó.

Aproximadamente un siglo después del primer bosquejo del Contrato Social (en 1756) el pueblo comenzó a votar, en el mundo occidental en pequeños aunque importantes cantidades. Inicialmente el voto era concedido únicamente a gente adinerada, únicamente a los que pagaban impuestos. La representación política se afianzó gradualmente bajo el principio de “sin representación no hay impuestos”. Este principio implicaba que los fondos debían ser controlados por los que proporcionaban el dinero. Ya que el interés de los desposeídos o de los aspirantes es “incrementar los impuestos a través de la representación”. Como sea que fuere, la concesión del derecho al voto era inevitable, y el argumento a la cabeza era que aún cuando los votantes que no podían leer no sabían cómo votar, aún así uno aprende (a votar) votando. Como dijo Hegel: para aprender a nadar uno debe saltar al agua. El argumento parece plausible. Pero aún así no funcionó. Entonces se cambió al argumento de que el votante malo era producto del analfabetismo y que podía curarse, por tanto, a través de la alfabetización, de la educación. Para la desgracia de todos, la alfabetización llegó pero el votante malo no mejoró. Entonces, ¿por qué la educación no produce ciudadanos más interesados y mejor informados? Este sigue siendo el problema, o uno de los problemas.

La teoría participativa de la democracia de los sesentas cambió el problema sosteniendo que el voto no es una experiencia adecuada y suficiente, y que un mejor ciudadano requería un ciudadano participativo. Este sigue siendo el remedio prescrito por la teoría progresiva de la democracia. Sin embargo existen muchos defectos en esa teoría. En principio, en la misma definición de participación. Muchos autores no logran caracterizar la participación como un “tomar parte” activo, como ponerse en marcha, desde la movilización, como ponerse o incluso ser forzado a moverse. La evidencia empírica demuestra también que la participación como auto-movimiento se relaciona con la intensidad y por tanto con el extremismo. Y el extremismo (por ejemplo una persona situada al borde de la extrema derecha o izquierda de una línea ideológica) resulta tener una personalidad dogmática. Así, como Bernard Berelson hizo notar, “el interés extremo que acompaña a la participación extrema puede convertirse en un fanatismo rígido que perturba los procesos democráticos.” (Voting, Chicago Univ. Press 1954. p. 314).

Por otra parte, “tomar parte” se expresa en una proporción que tiene sentido en cifras pequeñas, no en cifras altas. En un grupo de diez mi participación suma 1/décimo a la toma de decisiones de ese grupo. Bien. Pero la parte que yo tomo en un universo de un millón reduce mi parte a 1/millonésima. Una proporción que no expresa mi poder sobre los demás, sino el de un millón (menos uno) sobre mí. Lo cual no tiene sentido. De igual manera la participación pertenece a la teoría horizontal de la democracia, a su nivel de demos, no a la teoría vertical de la democracia, es decir, a la esfera del gobierno democrático. Dicho esto, pues, no creo en lo mínimo que una mayor participación sea el remedio para los males actuales de la democracia. Es verdad, la participación electoral de ser fomentada, al igual que los grupos de voluntariado y las sociedades multi-grupales. Pero hasta ahí.

Permítanme regresar a la educación y a las razones por las que no ha producido ciudadanos significativamente mejores. Existe una razón obvia: la educación no es, en sí, educación en la política ni acerca de la política. La respuesta a esto es que un nivel adecuado de alfabetización deriva en una competencia general sin importar el campo en el que uno se especialice. Bueno, sí y no. Tal como lo apunta Schumpeter, “el rendimiento mental del ciudadano promedio se desploma en el momento en que torna a la política”. (Capitalism, Socialism and Democracy) No podemos generalizar. Un sociólogo que habla de música, un astrónomo que habla de arte, un abogado que habla de matemáticas, pueden decir las mismas estupideces el individuo con menos preparación. Qué decir del falso testimonio de cantantes, bellezas, jugadores de futbol, etc. Cuya incompetencia es deprimente y aun así son convertidos por los medios en líderes de opinión.

¿Acaso lo anterior nos lleva a la conclusión de que “mejorar la democracia” es en buena parte una causa perdida? No. El argumento es complicado, pero hemos sido guiados a callejones sin salida, especialmente por la empobrecida teoría política actual. De ser así, mejorar la teoría debería también mejorar la comprensión y el funcionamiento de la democracia. Porque la democracia necesita ser entendida para poder funcionar.

Empezando por el principio, todos sabemos que el significado literal de la democracia es el poder del demos, poder del pueblo. Pero, ¿poder en qué sentido? Y ¿pueblo en qué sentido? Una cosa es ser el propietario titular del poder y de esta manera establecer un principio de legitimidad, y otra totalmente distinta ejercer poder. Entonces, ¿de qué manera la legitimidad condiciona el ejercicio? En lo que se refiere al demos, el término tiene diversos significados: todos, una parte mayoritaria, una multitud genérica, la clase baja, y así por el estilo. En mi argumento, “pueblo” es i) el electorado votante y, ii) la voz del pueblo, es decir, la opinión pública.

Votar (votar libremente con opciones) es efectivamente una condición necesaria para la democracia. Pero, ¿cuánto kilometraje rendirá? De acuerdo a Robert Dahl, “los votantes no deciden lo que debe hacerse; deciden (eligen) quién se ocupará de los asuntos. Esto bien podría ser una definición sucinta de la función de votar. Pero esto mucho o esto poco se logra definitivamente, independientemente de la competencia-incompetencia del votante. Que las elecciones logren más, depende de la mejora del ciudadano. Respecto al elemento “voz” yo me adhiero a Dicey. En sus palabras “los verdaderos cimientos del gobierno, son la opinión del pueblo que es gobernado”. Y aquí es donde llegamos al punto.

La opinión del pueblo es generalmente llamada opinión pública y denota a la opinión lograda por meritos propios sobre cuestiones públicas que es del pueblo y no únicamente localizada en el pueblo. Esto supone también un interés en cosas públicas, en cosas políticas, expresa un interés general, un bien común. Pero aún cuando si o cuando esta suposición no sea correcta, es claro que la opinión pública es la espina dorsal del gobierno democrático. Durante las elecciones, las cuales son eventos fugaces, los políticos están condicionados a todo momento por las opiniones y las voces de sus públicos.

La pregunta es: ¿de qué manera surge una genuina opinión pública? Es seguro que no es innata, ni necesariamente inherente. El mejor ejemplo de la formación de la opinión pública es el “modelo de cascada” de Karl Deutsch (The Analysis of International Relations).

Así que cuando decimos que una opinión pública del público requiere una estructura mediática pluralista […] los medios son monopolizados, la opinión pública se convierte de corte propagandístico. Esto ha sido señalado por mucho tiempo en el estudio de las dictaduras. Sin embargo un nuevo y poderoso factor ha hecho su entrada al ruedo: la videopolítica, el videopoder. Un videopoder que afecta las democracias más de lo que se esperaba al principio.

Los seres humanos son animales parlantes o, como Ernst Cassirer lo denomina, “animales simbólicos”. Durante largo tiempo su cultura fue transmitida predominantemente de manera oral. El gran salto hacia delante vino alrededor de 1450 con Gutenberg. El hombre Gutenberg tenía acceso a la lectura, y los libros o materiales impresos se convirtieron en la base del conocimiento. No sólo conocía más en extensión, sino que logro conocer más en profundidad. Realmente llegó a convertirse en un animal simbólico, ya que el hombre que lee desarrolla por ese hecho la capacidad de la abstracción. Lee, habla y piensa sobre cosas que no puede ver, moviéndose, por así decirlo, del percetum, cosas percibidas, al conceptum, cosas concebidas, cosas que entiende pero que no pueden ser evocadas visualmente. Y el hecho es que la mayoría de nuestro conocimiento actual, conocimiento cognitivo, se basa en conceptos abstractos y por ende invisibles.

En este contexto la llegada de la televisión representa un salto gigantesco desde el hombre Gutemberg al homo videns, a un hombre cuyo mundo se limita a lo que ve. Y este […] en especial pone en peligro la democracia. Los sistemas políticos dictatoriales o tradicionalistas no necesitan ser entendidos. La democracia al menos en una básica medida sí. Considérese el vocabulario político común en un sistema político democrático: justicia, igualdad, legitimidad, libertad, representación, soberanía, Estado, constitucionalista, y más. ¿Es posible traducir estos términos en imágenes? Difícilmente. La igualdad puede representarse mostrando unas bolas de billar, pero esta representación visual es engañosa. ¿Es posible ver al Estado y todos los términos antes mencionados? Obviamente no. Se trata de construcciones mentales. No pertenecen al mundo sensibilis percibido por nuestros sentidos, sino al mundo intelligibilis concebido en nuestras mentes.

La pérdida es ominosa. En la medida en que el videopoder se refuerza a sí mismo, el mensaje es el hecho e, inversamente, el hecho es el mensaje (tal y como reza el lema de Teleworld). Por otra parte, el hombre Gutenberg, el hombre que lee los diarios, se encuentra cada vez más superado. De esto se desprende que la televisión no sólo decapita la mente cognitiva del homo sapiens, sino que también se convierte, de la misma forma, en un manipulador apabullante de la opinión pública en tanto opinión autónoma del público. Bajo estas condiciones, es decir, nos enfrentamos cada vez más con una opinión pública en el público que sencillamente refleja, como copia fiel, del mensaje y el masaje mediático.

He forzado este argumento al máximo debido a que luego del 68 ha desapareció de la teoría de la democracia. La salida fácil para resolver problemas en los libros es ignorarlos. Dicho esto, debo subrayar la enorme diferencia entre un sistema televisivo monopólico y de una sola voz y un sistema genuinamente pluralista y de multitud de voces. En este último, aún el caso de que cada una de las voces mintiera, distorsionara o escondiera, aún en este caso si una mentira es rebatida por otra mentira, tendríamos mentiras (o distorsiones u omisiones) que se niegan o debilitan entre ellas, permitiendo así la prefiguración de un gobierno democrático. Siempre y cuando, claro está, que nos atengamos a la mínima acepción de elecciones, es decir donde los votantes únicamente elijen a los que elijen.

Dicho esto, yo no veo un tipo de democracia más progresiva en ciernes, pero tampoco preveo su desaparición. En relación a esto permítanme bosquejar la diferencia entre democracia como i) demo-protección y como ii) demopoder. La demoprotección es proporcionada por el constitucionalismo liberal y consiste esencialmente en la domesticación del poder político, protegiendo de esta manera al ciudadano contra abusos de poder y arbitrariedades gubernamentales. Rousseau aseguraba que el hombre nace libre, pero en todos lados se encuentra encadenado. Yo diría más bien que no nace libre sino que ha sido liberado por la protección del mandato de la ley, y por las limitaciones constitucionales del poder. Para reforzar, este es el conocido “libertad de” (del estado y de cualquier poder absoluto). Nosotros ya no lo apreciamos porque ya no lo tenemos. Pero lo anhelamos tan pronto como lo perdemos. La normativa imperante en la actualidad o incluso la teoría hipernormativa de la democracia es altamente irresponsable cuando menosprecia la llamada libertad negativa: una libertad negativa sin la cual no podemos tener libertades positivas.

Hay que subrayar también que la demo-protección es el elemento de la democracia que puede viajar y ser exportado a la mayoría del mundo. A pesar de Amartya Sen (quien vende bien un conocimiento pobre de la materia) la democracia liberal y las constituciones son un invento occidental. Y aún así no se trata necesariamente de un invento con limitantes culturales o etnocéntrico. La India y Japón han adoptado y/o mantenido la demoprotección occidental a pesar de las grandes diferencias culturales. La libertad protectora encuentra su frontera sólo en relación con sistemas teocráticos que no pueden aceptar el principio de la voluntad del pueblo o de la legitimidad precisamente porque acatan el principio de la voluntad divina.

Es cierto que la demoprotección desemboca inevitablemente con el tiempo al demopoder, a un pueblo que exige más poder y más beneficios para sí mismo. Pero éste es el desarrollo problemático y controversial de la democracia. Las cuestiones restantes son: ¿cuál demos? ¿cuál poder? ¿cómo?

El demopoder fortalece a la demo-ignorancia. (existe una aplastante evidencia empírica de ello) lo cual explica el pobre historial de un número de democracias. El demopoder también ha demostrado (como hemos visto recientemente) el intenso pode manipulador del video-poder. Pero esta es una razón más de peso para defender y reafirmar la demo-protección. Bajo ninguna circunstancia deberíamos permitir que el poder destruya la protección.

Hasta aquí he cubierto más o menos la parte de la videopolítica de mi título. Me gustaría mencionar algo acerca de los nuevos retos de la democracia. Los cuales son tanto económicos y ecológicos, en ese orden.

El primer problema: el vínculo entre democracia y prosperidad. S.M. Lipset ha establecido la relación de a mayor riqueza, mayores posibilidades de una democracia (Political Man, 1960). Evidentemente sí, pero también no. La demoprotección surgió en sociedades muy pobres. El demopoder, por otra parte, evoluciona naturalmente en demoexigencias de la redistribución de la riqueza. Pero exigencias económicas excesivas pueden llevar a as llamadas democracias en déficit. Esta es una experiencia común en Latinoamérica. La damoprotección nació durante el surgimiento del principio “sin representación no hay impuestos,” mientras que el demopoder termina por afirmar lo contrario, es decir, “más impuestos a través de la representación”.

Un problema relacionado, pero diferente reside en la relación entre la democracia y es sistema mercantil. ¿Requiere la democracia un sistema mercantil? La respuesta es sí. Pero dicha respuesta se basa específicamente en razones políticas, no económicas. Un sistema mercantil no puede existir a menos que la sociedad presente innumerables actores de capital flotante. Trotzki comprobó esto claramente: en una economía colectivizada como la soviética “el que no obedece no come”. Esto es debido a que en una economía perteneciente al estado, el estado es el único patrón: de esta manera, si te despide nadie más puede contratarte. Esto es lo mismo que decir que un sistema mercantil presupone y requiere una enorme difusión del poder (en detrimento de su acumulación). De esta manera, la difusión del poder es la base tanto de la democracia como de los sistemas mercantiles.

La pregunta inversa es: ¿un sistema mercantil presupone una democracia? La respuesta es no. Las dictaduras pueden muy bien tener sistemas mercantiles. El ejemplo más reciente es China.: sin democracia, pero con un impresionante desarrollo al estilo mercantil. Esto es, lo admito, la respuesta a corto plazo. A largo plazo (pero qué tan largo) no lo sabemos con certeza.

Cuarta cuestión: el capitalismo. ¿Se está derrumbando? ¿Durará más tiempo? La respuesta depende a qué nos referimos, en su acepción. El capitalismo como un ismo y como un concepto económico se reafirma a sí mismo con la revolución industrial apenas al comienzo del siglo XIX. La palabra latina caput significa cabeza, y ha sido utilizada por largo tiempo como predicado en expresiones tales como pena capital (decapitación) y pecados capitales. Sin embargo, en su acepción económica más básica durante los dos pasados siglos el capitalismo significa acumulación de riqueza. Pero es preciso señalar la diferencia entre “riqueza por consumo” y “riqueza por inversión”. La riqueza por consumo ha existido siempre y era dilapidada en edificios, palacios e iglesias, en los placeres mundanos, y en hacer guerras. No hay nada de capitalismo en todo aquello. El capitalismo en cambio riqueza por inversión. Si los sistemas económicos (empezando por la revolución industrial) requieren la acumulación masiva de riqueza, en la misma medida el capitalismo como tal es una condición necesaria. Podemos exterminar a los capitalistas, pero el capitalismo no puede ser una res nullius, por tanto debemos tener un estado capitalista. Es verdad que el capitalismo puede tomar muchas formas, individual, gerencial, industrial, financiero, etc.; pero no tiene caso ser anticapitalista en principio.

Finalmente el mercado. En el fondo el sistema mercantil es un mecanismo que establece costos y precios. Como tal no tiene otras alternativas. Este es y sigue siendo un punto firme. Sin embargo los sistemas mercantiles requieren controles y regulaciones. Entre menos regulados, mejor son varias de las fórmulas mal-aconsejadas de economistas de hoy en día. Pero a este respecto sólo intento exponer el argumento general de que la mayoría de los economistas exageran bastante los méritos y las capacidades del mercado.

Por una parte, el sistema mercantil es sólo un subsistema. No incluye, en principio, los llamados “bienes colectivos” que son pagados por lo general por las partidas de impuestos. Viajamos por carreteras por las que el viajero no ha pagado, y recibimos servicios policiales sin que nos llegue recibo alguno. Pero la omisión más importante son las “externalidades”, los efectos exteriores. Quien contamina el agua o la atmosfera lo hace gratis, y fuera de la vista del mercado. Finalmente, el mercado es débil visual. Sabemos que muchos recursos naturales se están extinguiendo. Sin embargo el mercado nos pide esperar, antes de intervenir, que el precio de la gasolina y/o el agua, cuando escasee, suba al grado en que un sustituto sea económicamente conveniente. Pero eso no es suficiente. No podemos esperar unos diez años antes de que el agua marina se procesada en cantidades suficientes en agua potable, sin hablar del hecho de que la agricultura no puede absorber los costos adicionales.

Lo fundamental es que nos enfrentamos a un desarrollo no sustentable saldado, por lo pronto, por un creciente déficit ecológico suicida. Pero los economistas se rehúsan a ver la realidad, e imaginan al mundo como rebosante de recursos que se regeneran infinitamente. El hecho es que estamos echando mano de recursos naturales cuya “renovación natural” es ya sea insuficiente o imposible, lo cual parece, para los economistas, una externalidad que no les concierne. Los economistas sólo agravan sin importar que lo hagan inconscientemente, el desastre ecológico que se aproxima. Hay que recordar también que hace un siglo éramos menos de 3 mil millones. Ahora somos aproximadamente 7 mil millones. Para el 2050 puede que seamos 9 mil millones. ¡Ay de nosotros!

Los desastres demográfico-ecológicos combinados se manifestarán probablemente como un cambio climático drástico que dejará miles de millones de personas sin comida y sin agua. Sólo imaginen lo que pasaría a la India si los monzones cambiaran su curso o sencillamente desaparecieran. ¿Podrán las democracias lidiar con desastres de tal magnitud? Este es el reto que más me preocupa. Las democracias son máquinas lentas y con frecuencia ineficientes. A menos que estén preparados para lo que viene (y no lo están) hay poco espacio para el optimismo.