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Martes 19 de julio de 2011

Ya eres de aquí y de allá

¡Pero hay sangre viva!, que vibra, que nutre, que crece y prospera, es sangre inmortal


¡Pero hay sangre viva!, que vibra, que nutre, que crece y prospera, es sangre inmortal

Decir Facundo Cabral es condensar mil historias en dos palabras, nombrarlo es renunciar a la formalidad de la heráldica que se declara incapaz de consignar la incalculable multitud de las vivencias y nos obliga a invocar humildemente a la capacidad de evocación de varias generaciones que lo percibimos prolongándose a si mismo al ir formando parte de nuestras propias pequeñas historias, eso bien lo sabemos quienes atestiguamos a través de sus canciones, su tránsito por este mundo al que amó tanto, todos aquellos los que hicimos nuestro el lenguaje de luminosas palabras con las que narró su asombrada percepción de este universo en el que ha de permanecer mientras existan espíritus que lo recuerden cada vez que se reaviven el amor a la libertad, la bondad y la profunda belleza del sentimiento.

Su biografía completa no es posible escribirla porque como en el caso de todos los que trascienden, ni siquiera él mismo llegó a conocerla, porque sabido es que la historia de los gigantes es un acontecimiento en el que aquellos son simplemente los protagonistas, más el guión de sus anecdotarios pasa a ser una labor colectiva en la que aportamos nuestras vivencias todos los que fuimos tocados por el influjo de sus actos.

Quizá los que han llegado a ser universales, en sus albores nunca calcularon que al tomar la decisión de proyectarse más allá de sus límites, dejarían de ser dueños de si mismos para insertarse en la identidad compartida del hombre universal intemporal y ubicuo al iniciarse la construcción de su leyenda,.

Así lo es ahora ese Cabral nuestro y que lo es porque quiso darse a nosotros gota a gota y nota a nota, ese Facundo íntimo que fue profeta de su propio destino porque en este hoy infinito, ha quedado atrapado entre el ayer y el mañana, – él, que supo ser tan libre -sin ser ya ni de aquí ni de allá, a la manera que es y no es cadena, un eslabón que une esta realidad con ese otro plano en el que está siendo recibido amorosamente como se recibe al hijo que regresa al hogar, pero que no puede completar su arribo porque su espíritu es retenido en este mundo, enredado en cada acorde de las una y mil canciones con las que nos platicó el amor que profesó a las personas, seres y cosas que el amaba.

El lado oscuro de la existencia, esa bestia ciega llamada violencia, ese absurdo que plaga el vacío interior de todo aquel que desconoce el valor luminoso de la vida y por desconocer la existencia de lo sublime, para calmar la angustia de su estéril sed de poder pretende adquirir vida bebiendo la sangre de los vivos, ese monstruo irracional que es el odio por el odio mismo, esa sombra que teme el avance de la luz, en el arrebato de su huída por un momento le ha arrancado a nuestro cantor el cuestionable privilegio de habitar en ese cuerpo que fue su morada en este mundo.

Y sin embargo, para escarmiento de los que piensan que al destruir la carne se logra vencer al espíritu, el cantor que le dio un himno a la inmensa humanidad sin patria, está más vivo que antes, porque al dejar de ser Facundo, hoy es más Cabral que nunca, pues si su segundo nombre es toda una implicación del concepto aglutinante de rebaño, de colectividad solidaria, es por ello que Facundo al trascender su individualidad pasa a ser uno en cada uno de los que nos agrupamos en torno a su canto y que sentidamente le decimos lo que solo se les dice a los que han logrado enamorarnos, “tu y yo somos uno mismo”

A quienes te acompañamos desde la distancia física de la lejanía geográfica, pero con la cercanísima proximidad de los ideales compartidos, nos toca hoy aprender de la dura lección de tu inesperada partida, sabemos ya que hay sangre muerta porque se forma de todo lo malvado que existe en este mundo y por ello su destino irremediable es la muerte que lleva en si misma…

¡Pero hay sangre viva!, que vibra, que nutre, que crece y prospera, es sangre inmortal que riega cantando los campos donde se cultivan la fe en la bondad, la esperanza de la libertad y el amor de los hermanos, sangre fértil que produce fruto fecundo, como tú… Facundo.
Aurelio Antonio Tiscareño