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Martes 22 de noviembre de 2011

Candidatura resuelta, programa pendiente

López Obrador será el candidato presidencial de las izquierdas


López Obrador será el candidato presidencial de las izquierdas

En el proceso previo hacia esa decisión tomé el partido de Marcelo Ebrard y lo hice a partir de motivos que estimé esenciales y que como tales mantienen para mí esa característica. En el amplio recorrido por Chihuahua el equipo del que formo parte subrayó el compromiso de cerrar filas con el ganador y, por congruencia, demostrada ejemplarmente por el mismo jefe de gobierno del Distrito Federal. Hoy es el momento de decir: pacta sunt servanda, la frase sacramental que viene del Derecho romano y que no significa otra cosa que los pactos son para cumplirse.

En medio de una crisis de las instituciones partidarias que se arrogan la representación de la izquierda, la celebración de una encuesta a partir de la cual se tomó la decisión no deja de ser, a un mismo tiempo, atípica y bondadosa cuando menos en dos sentidos: evitó mayores confrontaciones y mantuvo la atención pública que en la etapa final, a la hora del desenlace, generó confianza en buena medida por la actitud madura y hábilmente tejida que asumió el que perdiendo ganó en estatura y queda sin brizna de duda como un líder de referencia indispensable para el porvenir.

Puestos a decidir asuntos torales, los partidos sin excepción exhiben la crisis que los aqueja, producto del uso y abuso que han hecho de ellos sus respectivas clases políticas dirigentes y, también, el que sólo se les asigne el instrumental papel de buscadores del poder sin más. El futuro democrático del país debe abonar en su favor una ley de partidos que disponga métodos y los derechos de sus ciudadanos afiliados. Actualmente hay una suerte de hiperlegislación, que en unos casos limita derechos consagrados en la Constitución y en otros genera problemas a partir de las normas mismas. En el caso muy concreto del PRD es obvio que abdicó hace mucho tiempo de tener reales procesos electivos, de dirigentes y candidatos. El tener que recurrir a una encuesta para decidir abanderado presidencial es una expresión más de la crisis. Por más que el ejercicio haya sido exitoso, hubo regateos. No es que el valioso desempeño de Ebrard sea un simple ejercicio de urbanidad, va mucho más allá para convertirse en un ejemplo político de lo que debe ser la típica solidaridad de quien profesa una visión de izquierda. Pero esto no es necesariamente lo esencial del debate que viene.

Ya decidida la candidatura, lo que sigue es darle congruencia a compromisos que van más allá, propiamente, del dilema que encarnaron los aspirantes. Si queremos salir adelante el año que entra vamos a necesitar armarnos de valor y talento para deliberar y decidir cuestiones estratégicas dentro de las cuales está el programa que se va a impulsar, las transformaciones específicas que se pretende realizar para sacar al país de la postración actual. La articulación de las candidaturas al Congreso General se debe armar con base a dos cosas: aspirantes que representen los intereses de la sociedad y no sólo a sí mismos, que sean política y moralmente creíbles para el cargo. Esto, que no es poca cosa, va acompañado de la definición del que puede llegar a ser el equipo gobernante. Estas decisiones ya no pueden quedar en las manos de un solo hombre. Así como la movilización en favor de Ebrard demostró que en la izquierda hay muchas más expresiones que la que resultó hegemónica (de acuerdo a encuestas Chihuahua simpatizó más con esta candidatura: 44% contra 38%, y con matices así en el país entero). Esa premisa obliga a abrir un debate para definir los objetivos de lo que pueda ser el Frente Amplio Progresista.

Me preocupan tres temas al que sumo el del talante político que deberá asumir el Frente en ciernes. Ya no hay ninguna voz que se precie de tener seriedad, que no proponga un cambio de régimen político. El presidencialismo hace tiempo dio de sí y la reforma del Estado ha avanzado a pausas, lo que ha generado problemas para los cuales no se tienen soluciones eficaces con gran pérdida de recursos para la sociedad mexicana. Sostengo que cuando hablamos de régimen político ni siquiera alcanzamos a ver, con rigor, de lo que se trae entre manos. De acuerdo a una visión ya consagrada en la teoría política, estaríamos hablando de tres cosas: la regulación de las instituciones para acceder al poder y la regulación de las contradicciones que eso implica. O sea, la llave que abre las puertas al ejercicio del poder político. Pero no se agota en ello, el régimen también se refiere al ejercicio del poder que confieren los ciudadanos en un sistema representativo y, al último pero no por ello menos importante, los valores, en este caso de corte democrático, que alientan precisamente a todo este manojo de instituciones. Se trata de una mezcla en la que lo estructural va de la mano de la axiología. En México estos tres aspectos hicieron agua desde hace mucho y si bien el naufragio no ha llevado a la nave al fondo del océano, ya muy poco le falta. La izquierda, a lo largo del proceso electoral del año entrante, debe hacer una propuesta puntual, sobre todo por los actores que pretenden la innovación, las transformaciones para llegar a un Estado nuevo. Este aspecto, está por demás decirlo, hay que resolverlo. Como dicen los abogados, en artículo de previo y especial pronunciamiento.

De igual importancia, pero más sentido por referirse a las condiciones materiales de pobreza existente en el país, es el nuevo rumbo que ha de tomarse para dejar atrás el modelo económico imperante. Se ha dicho de mucho tiempo atrás, pero bien lo ha recapitulado en esta etapa Tony Judt, recién fallecido, en su sugestivo libro-testamento Algo va mal, un modelo que ha abandonado la solidaridad y ha permitido la acumulación de la riqueza en unas cuantas manos en desprecio de la inmensa mayoría, ya no se sostiene. Ha ido mal. Más allá de terminologías, discursos hechos para la plaza, el candidato de la izquierda deberá puntualizar –producto de un gran acuerdo– que aspira al poder para ejercerlo conforme a la Constitución y afectar los intereses de una oligarquía parasitaria que se ha convertido en el principal obstáculo para el desarrollo y viabilidad del país.

Siguiendo la vieja línea de argumentación en favor de la democracia que sostuvo hace ya más de un siglo Joseph Alois Schumpeter, los procesos electivos –indiscutiblemente el de 2012– son para confrontar proyectos, diversas visiones de sociedad, nuevos y encontrados rumbos. En este sentido, la propuesta de nuevo régimen político y las modificaciones estructurales del modelo neoliberal en favor de los que menos tienen se han de exponer con entera precisión, para hacer de la elección del año que entra no tan sólo la ocasión para designar un presidente, senadores y diputados, sino una especie de referéndum que marque un nuevo derrotero. López Obrador ya apuntó esta directriz, tenemos que darle contenido entre todos los que vamos a su campaña.

Finalmente está el problema de la paz que necesita la república como ingrediente indispensable sin el cual es muy difícil construir un futuro con porvenir para México. Qué hacer con el narcotráfico, en general con el crimen organizado, con el empleo extraconstitucional de las fuerzas armadas, la corrupción policiaca y de los aparatos de justicia son sólo algunos temas de agenda insoslayables. Vale decir que la afectación del modelo económico y el fortalecimiento de la autoridad con un nuevo régimen contribuirá muchísimo para conquistar la paz, pero sin una férrea voluntad no se conquistará. En la coyuntura electoral este tema va a palpitar, y mucho. Los conservadores del PRI y el PAN seguirán abogando por la mano dura, no llegarán a la propuesta de la pena de muerte, pero poco les faltará y pretenderán engañar a un electorado agobiado por la violencia y que en la desinformación claman por prontas y enérgicas soluciones. Este es otro de los grandes temas que se tendrá que dilucidar para constituirse en una empresa colectiva, en la que las garantías para obtener la paz acompañen al discurso de la izquierda política.

Los que trabajamos con el equipo de Marcelo Ebrard dimos el paso para plantear nuevos esquemas de régimen en su aspecto político. Hablamos de un nuevo Estado y de la construcción de acuerdos, también del rediseño de los esquemas de gobierno a partir de coaligar fuerzas políticas diferentes en acuerdos que no deshonran a nadie. En otras palabras, llevamos el mensaje de la moderación y los dividendos que la misma da cuando se hace política democrática. El tema de la moderación es pertinente cuando las transformaciones se buscan a través de una vía democrática y electoral. Cuando hablamos de revolución otro es el cantar. Norberto Bobbio lo dijo muy claramente en su señera obra en la que hizo la disección de lo que significa ser de derecha y ser de izquierda, aportando los elementos para la redefinición de ésta última luego de la caída del muro de Berlín. El italiano lo dijo: “Guste o no guste, las democracias suelen favorecer a los moderados y castigan a los extremistas”. Incluso afirmó que esto puede ser un mal, pero es una regla de oro para los que quieran hacer política y avanzar, progresar, construir.

Termino con una reflexión: Ser moderado no es un problema de modificar el discurso y las palabras, o reconstruir la propia imagen que se ha labrado, darle brillo a categorías extrañas al lenguaje democrático y de izquierda. Es construir las bases reales para obtener resultados, más cuando uno de los grandes problemas que hoy se encaran es que socialmente muchos electores consideran que estábamos mejor que cuando estábamos peor. Divisa perversa de los restauradores del PRI de Peña Nieto.

Toda la disposición para asumir los compromisos. En mi caso, formalmente pertenezco al PRD, no soy miembro del Movimiento de Regeneración Nacional. Pero entiendo la política como la capacidad de influir en las decisiones públicas. Bajo esa divisa: lo pactado obliga. Pacta sunt servanda.