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Miércoles 13 de febrero de 2008

El nuevo IFE, las viejas reglas

Las cuotas de poder y las decisiones grupusculares fueron la regla de los nuevos nombramientos


Las cuotas de poder y las decisiones grupusculares fueron la regla de los nuevos nombramientos

El nombramiento de los tres nuevos Consejeros del Instituto Federal Electoral fue anunciado con bombo y platillo por las élites políticas nacionales como un acuerdo sumario que "deja contentos a todos", y prepara un panorama de cordialidad para el ámbito electoral de los próximos años; sin embargo, las formas que acompañaron a este proceso recuerdan en mucho nuestro pasado político antidemocrático.

Las cuotas de poder y las decisiones grupusculares fueron la regla de esta designación, al punto de que los analistas del tema han ido desentrañando las relaciones de los nombrados, más que sus trayectorias o talentos. El control de los partidos es la sombra que se cierne sobre las cabezas de los nuevos consejeros, la imparcialidad del instituto se irá demostrando en los hechos, pues finalmente no se tiene un precedente claro de los nuevos árbitros electorales del país.

Mucho se ha dicho sobre la relación entre Leonardo Valdés y la izquierda, y su nombramiento se ha tomado como un triunfo de esta ala ideológica; más allá de las consideraciones que en lo particular se puedan hacer de este asunto, el sólo hecho de evidenciar una cercanía puede poder en entredicho los actos del nuevo consejero, marcándolas de facto con la huella de alguna de las partes de las que será árbitro.

Pero este asunto tiene una mayor profundidad de lo que se evidencia, pues se confirma con estos nombramientos uno de los grandes problemas de la democracia mexicana: su basamento electoral. Sin duda alguna, los regímenes democráticos tienen que sostenerse en un sistema electoral imparcial, transparente y equitativo, características que fueron atribuidas en mayor o menor medida, pero casi siempre coincidiendo, al IFE que encabezó José Woldenberg , desapareciendo en manos de Luis Carlos Ugalde.

Toca ahora a Leonardo Valdés Zurita, Benito Nacif y Marco Antonio Baños devolver la buena salud a esta institución y, con ello, abonar a la consolidación democrática del país. Entran al más alto panorama electoral sin ser los más populares, y sin considerárseles como figuras prominentes, aunque sí expertos en el tema, se espera de ellos que hagan una labor titánica: desprenderse de sus filiaciones partidarias y ser árbitros imparciales de las batallas electorales venideras.

Lo que hemos señalado aquí supone el primer plano, pero más a profundidad, debemos trascender el debate de las formas y llegar al fondo de la importancia de la mayor autoridad electoral en el país; a ellos les ha sido encomendada la labor de sustentar el régimen democrático nacional, en una institución que ha quedado cuestionada en ocasiones gravemente, pero fuera de las capacidades humanas y materiales del IFE, el principal problema es que se deje en manos de lo electoral el destino de nuestra democracia. Va mucho más allá de eso.

Las llamadas democracias electorales se caracterizan por ser regimenes con graves deficiencias en su funcionamiento cotidiano, pero que emanaron de la decisión mayoritaria de los ciudadanos, lo que termina siendo insuficiente, pues sólo en proceso de elecciones se revisan las condiciones de claridad en la representación, y lo que sucede después de ha dejado sin una revisión clara.

Si el IFE ha de ser el sostén simbólico de la democracia mexicana, no puede circunscribirse a actos exclusivos de los periodos electorales, debe ir más allá en su labor y sustentar el resto de los ideales que dan vida a las Naciones en democracia: la cultura de la legalidad, el pensamiento ético, la defensa de los intereses mayoritarios, sin olvidar las representaciones minoritarias; son asuntos que deben vigilarse en la práctica cotidiana y no sólo en sus orígenes electorales.

Si los nuevos consejeros están empeñados verdaderamente en devolver al IFE la institucionalidad perdida, tienen que ampliar su visión, ir más allá en la construcción de un estado democrático, y pensar en la continuidad de su labor. Sí, el Instituto debe ser pilar de la democracia, más no sólo en el momento electoral, la representación es continua, emana de las urnas y se manifiesta en las políticas públicas y las decisiones de gobierno, no es posible separar unas de otras, o los resultados serán los que hemos visto.

En nuestro estado parece que la reflexión hace eco. Este año aun cuando en Chihuahua no hay procesos electorales, el Instituto Estatal Electoral se ha propuesto desarrollar una serie de coloquios y actividades paralelas a fin de fortalecer nuestro más cercano sistema democrático. Mucho deberán hacer los partidos, las organizaciones sociales y políticas para que este esfuerzo no quede en menciones noticiosas y represente un parteaguas en nuestra vida política local fomentando la participación y la conciencia ciudadana, de cara ya, a lo que se pronostica un fuerte encontronazo en el 2010.

Soy Edna Lorena Fuerte de Cd. Juárez, Chihuahua y mi correo es ednafuerte@gmail.com, para sus comentarios. Muchas Gracias.