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Viernes 23 de julio de 2010

¿Hombres o lobos?

Dios nos proteja a todos de las consecuencias de los pecados de omisión de la mayoría no votante


Dios nos proteja a todos de las consecuencias de los pecados de omisión de la mayoría no votante

El ser humano necesita ser estimulado por algo más que sus ambiciones materiales, estas de por sí son buenas y deseables, más en el contexto de la asombrosa capacidad que el hombre posee para realizarse, sus logros materiales equivalen sólo a los cimientos del edificio impresionante que puede llegar a ser cada individuo.

Así mismo los bienes tangibles y la capacidad demostrada en cada miembro de la sociedad para obtenerlos, por abundantes que estos lleguen a ser, apenas son la dimensión más elemental, la base sobre la cual se afirman y desplantan las facetas más nobles que son realidad evidente y funcional en la estructura asombrosa de ese ser colectivo y trascendente llamado humanidad.

Esas cualidades superiores que mencionamos, en un primer momento se pueden considerar intangibles, más su incuestionable existencia y valor superior queda evidenciada y palpablemente demostrada cada vez que atestiguamos un momento más del avance evolutivo que nuestra especie va logrando a través de su discurrir en la historia.

Uno de esos valores que nos estimulan y realizan, es el de la satisfacción que proporciona poner a prueba nuestra capacidad y esto se aprecia en el momento en el que participamos en una competencia, cualquiera que esta sea.

El resultado puede ser indistintamente favorable o adverso, bien analizado el asunto, en una lid nunca se gana del todo más tampoco se pierde del todo, el ganador si bien adquiere el status de competente, en cambio asume la responsabilidad de honrar el compromiso de sostenerse en el nivel de capacidad demostrado en la contienda y refrendar esa capacidad en base a su desempeño consecuente.

El que de momento no alcanza el triunfo, no puede en cambio aceptar ser etiquetado y denostarse a si mismo con el mote de perdedor, pues en el estricto sentido del concepto, solamente es perdedor el que se derrota a si mismo evadiendo participar en la contienda, más el que lucha merece por ello el honroso título de luchador, término que es sinónimo de esforzado, de pro - activo, de todo aquello que sea expresión de valor y acción decidida.

Tanto si se es tan sólo un individuo como si se forma parte de un equipo, la cualidad combativa es uno de los valores intrínsecos en el ser, la lucha contra la adversidad es una de las condiciones obligadas de la existencia, está presente en todas las especies pues la observamos actuante y eficiente desde las más elementales formas de vida, como en la que jactanciosamente nos autonombramos corona de la evolución vital.

Pero en cada lucha, en cada nivel, en cada circunstancia, también observamos una ética elemental, un respeto del adversario, una auto – dignificación de los contendientes al aceptar jugar el juego con un respeto mínimo de las condiciones dadas para el evento.

La evolución de la vida siempre se ha basado y se ha garantizado cuando al darse la pugna entre dos individuos de la misma especie, esta se realiza en un terreno de igualdad de circunstancias y de oportunidades, que a fin de cuentas garantiza el triunfo del más apto y por ende asegura el progreso de la raza.

Esa es la ley natural y mientras todo se somete al imperio de esa ley, el universo logra discurrir en una armonía que irradia a todos los que lo habitan y se obtiene una calidad de vida que se refleja en un progreso sustentable y estimulante que para la especie humana, hace la vida digna de vivirse.

El cumplimiento cabal de esta ley natural es la bella utopía a la que aspiramos desde el inicio de los tiempos, la motivación que acicatea el espíritu de todas las generaciones, el combustible que alimenta nuestro esfuerzo vital, la llama que ilumina el rumbo de nuestro ideal, el anhelo que nos hace acercarnos a la ensoñación poética al contemplar la hermosura de la posibilidad. Pero... falta mucho por conquistar, la imperfección del momento presente de nuestras circunstancias, abofetea al más pertinaz de los optimismos.

Por tener el espíritu alimentado por la esperanza, nos es imposible aceptar la comparación discordante entre nuestra aspiración sublime y nuestra realidad hiriente.
Como participantes y derechohabientes de esta sociedad que es patrimonio común de todos los que la habitamos no podemos aceptar sin inconformarnos cuando vemos que las reglas elementales no son respetadas por todos los contendientes.

Tenemos muy claro que aquel que no acepta y practica los requerimientos éticos establecidos para tener derecho a participar en las lides sociales en las que por necesidad funcional nos vemos inmiscuidos, reniega en la práctica de su pertenencia a esa sociedad y hasta a su propia especie. Que al romper con las tablas de valores que lo identifican como miembro legítimo de una sociedad, se coloca a si mismo como ajeno a ella y que por dejar de ver a sus oponentes como adversarios y tratarlos en cambio como enemigos a los que hay que vencer a toda costa, valiéndose para ello de recursos no legítimos.

El individuo o el grupo que así violare los pactos de civilidad acordados por su sociedad, que violentara los resultados naturales mediante artimañas y trampas, aunque mediante artilugios legaloides lograra simular una apariencia de legalidad, su atentado de cualquier forma se consumaría contra la justicia, siendo esta un valor superior a cualquier ley o reglamento, pues sólo ella, la justicia, garantiza la satisfacción y conformidad de toda la sociedad. Por lo que el daño entonces no sería sólo en perjuicio del vencido con trampas, pero en cambio contra la esencia misma de la humanidad que se ve afectada su derecho natural a evolucionar hacia un estado superior de perfección.

Que deseable es por todo ello, tener la satisfacción de poder luchar en auténtica igualdad de circunstancias, de sentirse honrado y dignificado por luchar – e inclusive perder – pero frente a un adversario que demuestre ser el mejor y no como sucede, que la pérdida asume proporciones de derrota, porque en una lucha desigual e injusta no se resulta vencido sino sometido, porque el contrincante no domina por sus cualidades sino por sus defectos y no hay honor en ser sometido cuando el resultado es adverso porque el peor lucha con ventajas.

Como mexicanos tenemos verdadera hambre de levantarle la mano a un digno rival, a uno que se respete a si mismo y con ello demuestra que es capaz de respetar a los demás, que transparenta sus cualidades de ganador e infunde confianza en su desempeño y su liderazgo, no a partir del momento en el que de cualquier forma conquista el podium del triunfo, sino ya desde el momento en el que se prepara para la contienda y sobre todo en la forma como la libra.

Todos estos razonamientos son los que nos hacen expresar la poca – casi nula – confianza y aún menor esperanza de que los que arrebataron el triunfo tengan la capacidad de responder a la expectativa de paz y progreso que para el pueblo chihuahuense ha pasado de ser un concepto idealístico a ser una necesidad inaplazable de buen gobierno y conducción positiva de los destinos de nuestra patria chica, la convicción que será confirmada por los hechos, de que veremos el progreso, sí, pero como ente ajeno a las mayorías porque desfila ante nuestros ojos y que sabemos que existe porque lo observamos pasar como invitado VIP de los que aprovechan sus cargos públicos para aumentar desmesuradamente su patrimonio.

Esos, que por su forma de hacer las cosas, no merecen el título de combatientes, ni siquiera de adversarios, sino que se comportan como verdaderos depredadores de su propia especie y le dan la razón a quien afirma que entre todas las especies el único que es el lobo del hombre... es el mismo hombre.

Estamos atestiguando ya las primeras muestras de lo que será nuestra realidad durante los próximos años, así lo hemos permitido, este es y será el costo de nuestra indiferencia y nuestra dejadez como conglomerado humano que somos, porque a esto, ¡a esto!... no se le puede llamar “sociedad”

Dios nos proteja a todos de las consecuencias de los pecados de omisión de la mayoría no votante.