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Viernes 15 de octubre de 2010

Podremos

Si nos hermanamos y nos unimos para rescatarnos a nosotros mismos... ¡Podremos!


Si nos hermanamos y nos unimos para rescatarnos a nosotros mismos... ¡Podremos!

Como en oleadas concéntricas se expande por el planeta el efecto reconfortante del feliz desenlace de una historia, que mantuvo en vilo la atención de todos aquellos que de todo corazón deseamos que pudieran ser auxiliados esos treinta y tres mineros chilenos que quedaron atrapados a más de setecientos metros de profundidad desde hace más de sesenta días y que ahora ¡por fin! han sido rescatados y ya se les puede contar de nuevo en el mundo de los vivos. Esta noticia tiene un efecto balsámico en medio de la ola de negativismo que nos envuelve y es difícil suponer que hubiera alguien incapaz de alegrarse con la buena nueva.

Obligado es que celebremos la conjunción de voluntades que hizo posible tal rescate y vayamos más allá de la circunstancia particular del hecho, para tomar la lección existencial que propone al mundo entero tan afortunado evento, pues el proceso todo, pasa a ser un hito de positivismo y se constituye en ejemplo universal aplicable para todas aquellas situaciones que requieran de solución en nuestras vidas.

Nuestro espíritu y nuestro intelecto hacen resonancia con la alegría de esta noticia, porque todo nuestro ser reconoce su vocación hacia el bien común cuando de nueva cuenta observamos la vigencia de los valores primordiales del ser humano y una vez más esos valores reafirman su efectividad para brindar respuestas exitosas a los retos que desafían a esta humanidad .

El griterío, el aplauso, el repique de campanas y el resonar de sirenas parecieran estar dando una bienvenida de héroes a los que van emergiendo de las entrañas de su prisión, la emotividad en estas ocasiones no permite ir más allá del sentimiento y se corre el riesgo de dejar perder una parte muy importante de la historia si nos conformamos con el consuelo de poder recibir lo que dábamos por perdido. No olvidemos atesorar la experiencia.

Y no sólo los liberados, toda la humanidad es digna de reconocimiento, porque si los protagonistas de la historia tienen el mérito de haber sabido resistir la prueba, en cambio sus rescatadores acá afuera tuvieron no menor parte al hacer gala de todas las cualidades y recursos que culminaron con el éxito; la empatía, la generosidad, la buena voluntad, la solidaridad, la paciencia, la esperanza, la determinación, la entrega, la valentía, etc., etc., etc., acudieron al llamado de la necesidad y en una verdadera fiesta del espíritu humano, se dieron la mano y nos brindaron el excelso espectáculo de una humanidad aplicada heroicamente a la construcción del bien.

Las endorfinas liberadas debido al estímulo que nos provoca el acontecimiento nos hacen sentir hoy este estado de placentera exaltación, esta íntima serena felicidad, brilla con luz propia y es digna de celebrarse por si misma, si nos proponemos, podremos extenderla y ampliarla para hacerla llegar a los aspectos que todavía no han sido iluminados con el brillo de la bondad. Los buenos resultados de esta victoria pueden servirnos para suavizar con el efecto confortante de la esperanza, el dolor quemante de otras situaciones aún sin resolver.

El siguiente efecto positivo será el de reafirmar la confianza en nosotros mismos al observar los grandes resultados que somos capaces de obtener cuando sabemos sobreponernos a los defectos que sabotean nuestros propósitos. Veamos como una vez que tenemos bien identificado cual es nuestro ideal, cuando estamos convencidos de que la necesidad que sentimos es ingente y que nada nos conformará más que lograr nuestro propósito, sabemos hacer todo lo necesario para conquistarlo.

Si percibimos que es necesario sacrificar nuestras miopes perspectivas excluyentes y ello nos impulsa a buscar el bien común como circunstancia necesaria para la obtención de nuestro bien particular. Si aceptamos el reconocimiento de nuestra debilidad individual y eso nos brinda la consecuente toma de conciencia de la necesidad del otro como indefectible complemento de mi mismo. Si somos conscientes de que la más grande forma de valor es aquella que resiste la tentación del protagonismo inmediato pues para demostrarse requiere perseverancia, tesón y paciencia. Si estamos conscientes de que este barco necesita de todos los brazos disponibles para remar rumbo al puerto que anhelamos, entonces... podremos.

Podremos rescatar a nuestros permanentemente damnificados pobres, encerrados en la carencia de todo durante más de siete décadas de errores y mezquindades, de traiciones y abusos. Podremos llevar una bocanada de aire fresco a quienes llevan enterrados varias generaciones viendo como se les extingue la vida por falta del oxigenador aliento de la esperanza. Podremos dejar atrás las secuelas revolucionarias de esa lucha fratricida que nos empeñamos en mantener vigente porque aún estamos desconcertados, pues si bien fuimos capaces de realizar la revolución que necesitábamos para liberarnos de la opresión, en cambio, una vez libres no hemos sido capaces de construir la patria post revolucionaria que sería el logro que justificara todo el heroísmo invertido en la lucha.

Podremos realizar hazañas, como Chile en la mina San José de Copiapó, que corre todos los riesgos para rescatar a sus mineros PORQUE ESTÁN VIVOS, en vez de sostener esa actitud obsesiva de buscar culpables y desgastarnos en diatribas y acusaciones mutuas por no haber arriesgado las vidas de otros mineros sólo para rescatar los cadáveres de nuestros mineros de Pasta de Conchos PORQUE YA ESTABAN MUERTOS. Si podemos dejar atrás ese absurdo culto a los héroes muertos que ya para nada necesitan de nosotros y en cambio privilegiamos la atención a nuestros compatriotas dolientes que sufren porque VIVEN todavía desprotegidos a causa de las imperfecciones normales de un ideario revolucionario que al no actualizarse ya nos resulta tan absurdo y obsoleto como lo fuera pretender que un adulto siga vistiendo sus ropones de niño.

Es un hecho comprobado que la humanidad instintivamente acude en auxilio de sus hijos lastimados, como lo hacen los corazones que se conmueven cada vez que la naturaleza nos azota con inundaciones, pestes y temblores, porque aún somos capaces de entender la necesidad consecuente a las contingencias. Pero a los mexicanos nos falta tener una poca más de visión para identificar la dimensión y la índole de una catástrofe nacional que abarca a todo lo largo y lo ancho a nuestra patria, que no se ve pero se siente y esta desgracia consiste en la debacle que ha sufrido nuestro espíritu, misma que nos mantiene en este estado de postración discapacitante que no nos permite ser valientes para enfrentar la adversidad.

¿Podremos entender que estamos frente a este tipo de desastre no menos grave que un sismo o una epidemia?, si lo hacemos, en forma automática brotará nuestro instinto de conservación y se detonarán todos los mecanismos de nuestra solidaridad encaminándonos a la reivindicación. Cuando caigamos en cuenta de que las consecuencias del desaliento y la desesperanza nos abarcan a todos y ello nos une en una causa común para salir de esa actitud de lamentación estéril.

Si no dejamos de estar llorando a los muertos para dedicarnos a celebrar a los vivos, si no combatimos nuestro desánimo sacando a relucir lo mejor de nuestras capacidades, permaneceremos enterrados para el resto del mundo y para nosotros mismos. Pero si nos hermanamos y nos unimos para rescatarnos a nosotros mismos... ¡Podremos!