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Sábado 8 de enero de 2011

A propósito

Para los que no tenemos mucha imaginación la vida se convierte en un pequeño infiernito


Para los que no tenemos mucha imaginación la vida se convierte en un pequeño infiernito

Para los que no tenemos mucha imaginación la vida se convierte en un pequeño infiernito en el que la condena es tener que seguir las iniciativas de los que si la tienen, por eso en estas fechas, reciclamos una costumbre instituida por algún anónimo congénere en alguna ignota época, que influido quizá por la depresión estacional que se apodera de las especies vivas debido al clima o quizá por ver disminuida su actividad física por las mismas causas, quiso aprovechar su ocio poniéndose a planear en que se iría a ocupar cuando hubiera condiciones más favorables.

Perdido el dato en las brumas del pasado demos por bueno que ese sea el probable origen de nuestra actual costumbre de hacer una lista de buenos prepósitos para reorganizar el rumbo de nuestras vidas, propósitos que luego nos encargaremos de sabotear para así complementar la costumbre anual de hacer un recuento de los daños y luego asumirlos con fatalista resignación como parte de nuestra incorregible idiosincrasia.

Quizá debiéramos introducir una variante al menos. En este que no es un círculo vicioso sino una auténtica espiral descendente, porque al ir fallando sistemáticamente en el cumplimiento de las metas propuestas, se nos da el natural fenómeno psicológico del desánimo por falta de confianza en nosotros mismos cuyo efecto acumulativo, año tras año nos vuelve más escépticos acerca de alcanzar el éxito ¿deseado?

Es probable que esa sea la verdadera causa del nuestros fracasos recurrentes; que realmente no deseamos lo que nos proponemos, que esos a los que llamamos deseos son en verdad sólo caprichos intrascendentes a los que en nuestro fuero interno no les concedemos un valor defendible y por lo tanto no son capaces de llegar a entusiasmarnos como para acometer su conquista con verdadera pasión.

¿Culpa? No podemos tampoco sentirla porque aunque es poco el tiempo que le dedicamos a la reflexión profunda, soslayadamente intuimos que no debe pesarnos abandonar causas en las que no nos hemos comprometido sinceramente y por eso las abandonamos con mayor o menor facilidad al percibir que en el más sencillo de los casos no son propios ni entrañables tales propósitos y muchos de ellos son propuestas ajenas que aunque sea momentáneamente han logrado enjaretarnos quienes se dedican a enganchar a los demás para sus propios fines.

Pero no veamos a esos promotores de sueños con absoluto recelo, reconozcámosles al menos la capacidad de iniciativa que demuestran al proponernos sus metas, ellos al hacerlo dan una muestra vital que los otros, los indolentes no somos capaces de dar. Nosotros, al aceptar el hecho de nuestra dejadez debiéramos sacar a relucir el ápice de vergüenza que nos quedara y sin querer reinventar el hilo negro ni el agua caliente, deberíamos de hacernos el propósito de no hacer propósitos nuevos, no al menos hasta que hagamos una revisión de los que tenemos sin cumplir.

Bastante material tendríamos para ocuparnos en darle motivos de satisfacción a nuestras grises existencias si desempolvamos nuestros viejos sueños y apoyándonos en la experiencia acumulada, rescatemos los rescatables y desechemos los desechables.

Sólo cada quien decide por si mismo, (o al menos así debería de ser), pero como decían los viejos: “Sólo uno sabe de que grueso tiene el cuero”, lo que es lo mismo que enderezarle una dura crítica (así se trate de uno mismo) a quien esté dispuesto a aguantar todo con tal de no perder su cómoda postura ante la vida y seguir quejándose de lo mal que están las cosas… que hacen los demás.

Mientras ocurre el milagro de la resurrección de los ideales cuya realización nos libraría del estado de cosas del que tanto nos lamentamos, demos por buena la intención de reconocer la oportunidad que nos brinda la vida de reiniciar un ciclo más en el que este año nuevo sea un período en el que podamos sacudirnos las viejas inercias y rescatar en lo posible nuestros destinos ahora en manos de quienes iniciativa si han demostrado. Aunque ello no incluya la ética y el interés por el bien común que de adquirirlos, los transformaría en seres excepcionales y complementarse como los líderes sociales que se dicen ser… A propósito.