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Lunes 7 de julio de 2008

Euro comunismo; corruptor de buenas costumbres

El comunismo, el socialismo, o lo que queda de ellos, han buscado su supervivencia


El eurocomunismo, corriente política que nace en Europa, como respuesta al desprestigiado comunismo tradicional y a la paulatina falta de admiración a los símbolos rojos, es un intento de reivindicación de las ideas extremistas pero con un encaje diferente. Después del franquismo en España cobra fuerza ésta idea.

El comunismo, el socialismo, o lo que queda de ellos, han buscado su supervivencia en nuevas estructuras políticas. Un caso concreto es China, que siguiendo una tradición comunista ha logrado adecuarse a circunstancias inimaginables para el viejo comunismo tradicional, donde la fuerza del Estado concentra la producción y muchas otras cosas.

China tiene un gobierno comunista en su ideología y un estatismo feroz pero han sabido jugar con las ideas del mercado, por ello hoy sorprenden por su alta producción en el mundo y su sorprendente, en tamaño y calidad, mano de obra. No obstante las relaciones laborales son inestables, debido a la alta competitividad de las empresas, que pueden ofrecer mejores prestaciones a los trabajadores.

El eurocomunismo en España resultó ser un proponente de ideas para la corrupción de las costumbres y de la moral.

El comentario viene a colación porque en nuestro país la crisis de la izquierda, busca reivindicarse a través de dos medios, según mi particular observación. Una de ellas es la descalificación del gobierno de Felipe Calderón y el repunte del FAP, con un candidato populista de aceptación electoral. El otro camino es justamente al que nos referimos, es decir, la corrupción de la moral y de las costumbres, a través de supuestas ideas de avanzada que afectan a la unidad familiar, al vínculo matrimonial y a la moral pública. Una sociedad debilitada en sus costumbres y valores es una presa más fácil.

En la asamblea del Distrito Federal los diputados o asambleístas de la izquierda se han esforzado en posicionar en las leyes mexicanas y en muchos casos lo han conseguido, ideas sobre el matrimonio de los gays, la adopción de infantes por los gays, las sociedades de convivencia, el aborto, la libertad sexual, la libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo, la cultura lesbico-gay, la cultura artística erótico-sexual con conglomerados humanos en lugares públicos, etc. Justamente en estos días, Marcelo Ebrard opera campañas para repartir preservativos y permitir los abortos, éstos últimos bajo el pretexto de que no sean clandestinos y pongan en peligro la vida de la mujer.

Estas ideas, lamentablemente muy en boga en algunos países europeos, no se corresponden con la cultura mexicana ni con la latinoamericana. Y proponerlas, ni siquiera se vale, a través de los gobiernos legítimos ni las representaciones parlamentarias, porque la sociedad mexicana en general está a favor de la vida y su idea de las buenas costumbres y de la moral es otra, aunque pueda ser una postura, quizá sin mucho conocimiento pero con un instinto fiel a la crianza que se ha tenido y a la idea tradicional de los mexicanos.

La suprema corte de justicia tendrá que resolver en breve sobre la constitucionalidad o no de la ley del D.F. que autoriza la práctica del aborto. Muchos opinadores competentes sostienen que declarará la inconstitucionalidad de dichas leyes abortivas. En la corte pesará mucho un factor real de poder. Éste consiste en que la sociedad mexicana, aunque tenga graves deficiencias en sus clínicas, no está preparada para los genocidios abortivos.

Para los impulsores de ésta mentalidad extremo-liberal en materia de costumbres, moral y familia, todo este dossiere de ideas constituye la preparación de la sociedad para aceptar supuestas ideas de avanzada en materia democrática, es decir, abrir la mente para coludirse poco a poco con la izquierda mexicana, ¡aunque ésta ni siquiera respete su democracia interna! Para los políticos con colmillo y con formación doctrinal de la derecha, por llamarle de alguna forma, la corrupción de las costumbres significa un debilitamiento de la sociedad y entrar en los territorios del depredador comunista, hoy disfrazado en el mundo, en la eufemística y elegante palabra del eurocomunismo, que en México ya tiene sus operadores, como Marcelo Ebrard.