Jueves 21 de mayo de 2009
Validamos las formas de hacer política en nuestro país, sin exigir que se termine con la simulación
No pocas veces hemos hablado en este espacio sobre las virtudes y la importancia de la evolución de nuestro sistema democrático, dando por hecho con ello que tal cosa verdaderamente existe. El “escándalo” político al que han dedicado buena parte los espacios informativos de esta semana, le da un terrible revés a todas las consideraciones de evolución de nuestro sistema.
Si Ahumada hizo, deshizo y dijo, si fue víctima y victimario; si se alió perversamente con Salinas, Fernández de Cevallos, Peña Nieto, o el mismo diablo, todo para construir aquel mítico complot tan llevado y traído en los últimos años, es algo que, francamente, lector, lectora, debería estar superado en los hechos y no en los dichos. Cada uno de estos actores nos lanza su versión maniqueísta de los hechos: los muy buenos y los muy malos, claro, con los consecuentes infortunios de los primeros.
Todo esto debería, idealmente en un país que sí estuviera interesado en su evolución democrática, dirimirse en los tribunales, sin excluir la difusión mediática, fundamental en la construcción de la democracia, pero sin que fuera ésta la palestra de los juicios en contra o a favor de estos actores. Esta semana hemos visto incluso cómo algunas de las figuras más importantes de los medios de comunicación, como la compañera Aristegui, se les mete en este juego de próceres y villanos, donde todos interpretan alternativamente uno y otro papel, depende de qué lado se esté.
Lo que en verdad molesta de esta situación no es la temática en sí, pues se trata de acusaciones del más alto nivel, con fuertes implicaciones de interés público y sobre algunas de las cabezas más notables del ámbito político. No, se trata de la forma del discurso, del chismorreo con que se construyen las discusiones, los dimes y diretes, las banales descalificaciones, las inconsistencias en las declaraciones que nos hace pensar en que todo termina por ser una farsa.
Qué si Miguel de la Madrid tiene elementos para acusar, señalar y decir algunas cosas que terminan con los grandes mitos de la historia moderna de nuestro país: las elecciones del 88, nada más y nada menos, o que si el también expresidentes Carlos Salinas salió del país con “la mita de la partida secreta”, son hechos que, por supuesto, deberían estar en las cortes, no sólo en el escándalo y el tardado juicio de la historia.
Pero en este punto parece que todos nos conformamos, que opinamos acaloradamente en las sobremesas si unos u otros tiene la razón, si por ahí supimos un poco más de algo, o escuchamos que alguien dijo no sé qué sobre no sé quién y con eso alimentamos nuestras ganas de saber, nuestra necesidad de justicia. Es cierto que la crítica es pública y abierta, que uno o cualquiera puede salir en los medios a decir prácticamente lo que sea de la mayoría de estos actores, o plantarse en medio de la calle y gritarlo, si se quisiera.
Pero lo cierto es que todos terminamos jugando una parte en la trama de esta farsa, todos, con o sin querer, validamos las formas de hacer política en nuestro país, sin exigir que se termine con la simulación y se ejerza el juicio con verdadero sentido de apego a derecho, con juicios reales donde se determinen culpabilidad o no de los actores, sin este juego de buenos y manos que sólo gira en círculos sin llegar a un final.
Esa es la alta política mexicana, los expresidentes, los gobernadores, los líderes partidistas, los legisladores o exlegisladores, los diplomáticos. Todos ellos inmersos en un nivel de discusión callejera. Qué podemos esperar de la política doméstica, la que debe resolver los problemas de todos los días en nuestros estados y municipios, la que nos toca directamente a los ciudadanos de a pie. Lamentablemente encontramos más de lo mismo.
Dimes y diretes, discusiones sin fundamentos, arranques pasionales que son la metodología común de nuestros políticos. El oportunismo como la regla, la inmediatez como el único designio de acción. Y así, vamos a este proceso electoral, atípico sólo por su inicio en medio de una emergencia sanitaria, pero por lo demás, uno más en la incipiente historia de nuestra democracia, que quizá antes de nacer aun, ya agoniza a manos de estos malos actores de nuestra vida pública.
Terrible, sí, ofensivo para todos los ciudadanos, para quienes con nuestros impuestos hemos pagado los salarios de estos personajes, no una, sino todas las veces que los juegos del poder los han puesto en sus cómodas tribunas. Quizá algunos nos acusen de irresponsables por no abordar “los temas de fondo”, lo que subyace a las declaraciones, la sustancia con la que se nutren estos acontecimientos, que desmenucemos el germen de los rumores y lo pongamos sobre la mesa a ver qué sacamos de eso.
Sin duda fundamental, pero igualmente importante es que nos neguemos a recibir mansamente las ofensas a nuestro criterio e inteligencia, que nos neguemos a seguir las pautas que nos marcan, que, por supuesto, estemos dispuestos a dar la vuelta a la página si sabemos que esta historia no va a llegar a ningún lado, porque quizá en la página siguiente estén las nuevas formas de hacer las cosas que espera nuestra democracia.
Soy Edna Lorena Fuerte y mi correo es ednafuerte@gmail.com para sus comentarios. Muchas gracias.
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