Lunes 8 de marzo de 2010
La decadencia de los cárteles colombianos obligó a sus capos a buscar rutas alternativas
La decadencia de los cárteles colombianos obligó a sus capos a buscar rutas alternativas
A finales de los años ochenta, la decadencia de los cárteles colombianos que hasta entonces habían dominado el narcotráfico obligó a sus capos a buscar rutas alternativas. Y las encontraron en México. Ahora, son los cárteles mexicanos quienes venden droga en 47 países, emplean a 450.000 personas y el pasado año tuvieron beneficios de hasta 40.000 millones de dólares.
Entender cómo Ciudad Juárez y el conjunto de México han llegado al callejón sin salida en el que les ha puesto el narcotráfico requiere echar la vista atrás. A la frontera entre los años 80 y 90, cuando EE UU decidió combatir a fondo el tráfico de cocaína desde Colombia a través del Caribe, la ruta más barata. Los capos colombianos, con el legendario Pablo Escobar a la cabeza, optaron por explorar la segunda ruta más barata y se aliaron con traficantes mexicanos, que hasta entonces se limitaban a introducir marihuana y heroína en EE UU. En 1991, el 50% de la cocaína colombiana transitaba por México; en 2004, ya era el 90 por ciento.
En los años 90, Colombia combatió con éxito a los grandes cárteles de Cali y Medellín. Los mexicanos, que hasta entonces aceptaban los precios de los colombianos, pasaron a tener una posición de fuerza y a marcar ellos mismos lo que estaban dispuestos a pagar a sus proveedores, ahora más débiles. El mando del negocio de la coca se trasladó de Colombia a México, donde los cárteles empezaron a proliferar, añadiendo a su muestrario las drogas de diseño y la trata de seres humanos. El narcotráfico mexicano, con tentáculos en 47 países, emplea a 450.000 personas y dejó en 2009 entre 20.000 y 40.000 millones de dólares de beneficio. Sin contar las ganancias para EE UU, donde los narcos compran todo tipo de armas sin limitación, haciendo que las rutas de las drogas y las de las armas sean un solo camino de ida y vuelta.
Con la abundancia llegó la lucha por el control de zonas, rutas de transporte y redes de distribución en EE UU. Súmese a ello la convulsión que representó, también en los años 90, la pérdida de la posición hegemónica que durante décadas tuvo el PRI en la política mexicana. Las viejas alianzas entre políticos, jueces, policías, militares y narcos saltaron por los aires, revolviendo a fondo la olla podrida de un país en el que la "mordida" es una institución.
Sin embargo, y pese a las continuas peleas entre bandas, en un país cuya imagen se vincula desde antiguo a la pendencia y el alcohol duro, nunca se habían alcanzado los niveles de violencia de la actual guerra, cuyos inicios se remontan a 2003.
El 14 de marzo de ese año fue detenido Osiel Cárdenas, el jefe del cártel entonces más poderoso, el del Golfo, bien asentado en Tamaulipas, Nuevo León y Michoacán, y con un amplio control de políticos, policías y directores de prisiones. El Golfo tenía, además, un temible cuerpo paramilitar, Los Zetas, compuesto por ex militares de elite especializados en la lucha contra los narcos. Los Zetas son hoy un cártel autónomo.
Tomas de postura
La caída de Cárdenas, extraditado a EE UU en 2007, puso sangre en los dientes al potente cártel de Sinaloa, decidido a arrebatar a tiros su parte al Golfo. Y empezó una guerra que implica a ocho grandes cárteles. El de Sinaloa, hoy el más poderoso, es uno de los más veteranos, ya que, junto con el de Tijuana, nació de la ruptura del de Guadalajara, el primer grupo surgido de los pactos con los colombianos para distribuir cocaína.
La guerra entre Sinaloa y el Golfo obligó a otros cárteles a tomar postura, multiplicando la frecuencia de los tiros. El Golfo se apoyó en Tijuana, hoy muy debilitado, mientras que Sinaloa pactó con Juárez y con el cártel del Milenio, bien implantado en Jalisco y Michoacán, aunque hoy venido a menos.
La auténtica escalada no se produjo hasta 2007 y surgió de una ruptura en el interior de Sinaloa. Dirigido por Joaquín "Chapo" Guzmán, que se encuentra en paradero desconocido desde su huida de prisión en 2001, el cártel basaba su fuerza en los lugartenientes del Chapo, los cinco hermanos Beltrán Leyva, capitanes de dos temibles grupos de asesinos: Los Pelones y Los Güeros.
Al parecer, los hermanos Beltrán Leyva, conscientes de su poder de fuego, empezaron a negociar por su cuenta. Uno de los dos más importantes, Alfredo, supervisor de grandes tráficos e importantes operaciones de blanqueo, fue detenido en enero de 2008. En venganza, los Beltrán asesinaron al jefe de la Policía Federal mexicana, el ojito derecho del presidente Calderón, que la remodeló a fondo para contrarrestar la corrupción de otros cuerpos.
Los hermanos acusaron al "Chapo" Guzmán de haber vendido a Alfredo y asesinaron a su hijo, Edgar Guzmán, cosido a balazos por quince sicarios en el parking de una gran superficie. Ése fue el inicio de la muy cruenta fase actual, en la que los de Juárez se han alineado con los Beltrán Leyva para hacer frente a los de Sinaloa. Estos pretenden desalojarlos del estratégico paso y han convertido la ciudad, que en 2007 "sólo" había sufrido 227 asesinatos, en el principal frente de la guerra.
¿Hasta cuándo seguirán ardiendo Ciudad Juárez y México? Nadie se atreve a profetizarlo. En cualquier caso, el convencimiento que se abre paso en el país es que, pese a los 50.000 soldados y policías que ha puesto Calderón en juego, la solución bélica no vale. Numerosos funcionarios de México y EE UU, aseguran en privado, que el mejor golpe a los narcos sería legalizar la marihuana, que les aporta el 50% de sus ingresos. Uno de ellos ha llegado incluso a ironizar que "el objetivo de México debería ser transformar a EE UU en un país autosuficiente en marihuana".
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